Viernes 25 y sábado 26 de octubre
Querida María Margarita:

“Turismo para residentes” fue el título de la charla que
tuvimos con Cristian el viernes en el casi desocupado Salón Múltiple del Teatro
Amira de la Rosa. Empezó hablándonos de la experiencia como observador que
había tenido esa misma tarde, en el parque ubicado frente a la Biblioteca
Departamental. Un lugar por el que tú y yo hemos pasado muchas veces sin
detenernos a mirar detalles, más bien hemos apurado el paso mientras apretamos
el bolso contra el cuerpo. Mirar a tu propia ciudad como si fueras un turista, es
un consejo que nos da Cristian. Todas las ciudades están llenas de historias y
en vez de caminar rápido por el mundo, el escritor debe ver la gracia de la
realidad que nos habita. Para encontrar esa realidad debemos deshacernos ante
todo de los clichés: no todos los que caminan por el parque San José quieren
robarnos la cartera. Tal vez haya algún ladrón dando vueltas por ahí, pero si vamos a
escribir sobre él, no podemos marcarlo con la simple etiqueta de ladrón. Encontrar
al ser humano que hay debajo de esa etiqueta, es la labor de un buen escritor, quien tiene la misión de asombrar a los lectores con su forma de ver el mundo.
A estas alturas te estarás preguntando qué mosca me habrá
picado, por qué carambas te estoy escribiendo esta carta. Ya lo verás.
La sesión del sábado empezó con la lectura de un fragmento de Memorias por corrrespondencia, un libro de Emma Reyes, en sí una recopilación de
veintitrés cartas que esta pintora bogotana le envió al escritor Germán Arciniegas
entre 1969 y 1997, en las cuales le cuenta con una sencillez admirable la
difícil infancia que le tocó vivir junto a su hermana, Elena, en un barrio del
sur de Bogotá. Nos dijo Cristian que
este libro ha sido todo un suceso editorial, y no es de extrañar, ya que esta
mujer que aprendió a leer a los doce años, a través de estas cartas logra rescatar,
con un lenguaje sin pretensiones y exento de todo moralismo, la voz de la niña
que fue, y relatar las durísimas circunstancias en que transcurrió su niñez a comienzos
del siglo XX. Buen libro. Pero aún mejor fue el consejo que se derivó de él.
Para contar una historia, puedes imaginar un corresponsal, alguien a quien
dirigir tu relato —como si fuese una carta—, de esta forma, poniéndole una cara al lector,
se logra un lenguaje más natural y fluido. Es lo que he tratado de hacer aquí
(discúlpame si no lo he logrado, entiende que es mi primera vez, y tú sabes que
la primera vez suele ser complicada).
Como la idea es que la historia sea completa, te
contaré que se tocaron otros temas como: el auge que está teniendo la crónica
en Colombia en los últimos años y los pocos espacios que ofrecen los medios
para publicar este tipo de escritos; la reciente popularidad en el país, de
algunos autores japoneses como Hiromi Kawakami y sus historias sencillas, y los
excelentes libros de la escritora cartagenera Margarita García Robayo. Sin duda, Cristian también está atento a las
novedades.
Luego vino nuestro turno de leer. Empezó Juan
Miranda, con uno de esos textos que le salen tan bien, un cuento con sabor a
mar, a sal, a paseo en tren, a Puerto Colombia.
El título —que Cristian le sugirió cambiar porque no se compadecía con
el encanto de su relato— fue “El recuerdo de don Diego”. Después siguió Adela
con “Marrero”, historia basada en un recuerdo de su niñez. El turno siguiente
fue para Fanny quien nos dejó con las ganas, ya que, según opinión de Cristian,
terminó el cuento muy rápido y todos queríamos saber más de la rebelde Aurora y
su tía madrina. En seguida pasé yo al
banquillo y leí un cuento, aún sin título, acerca de una empleada doméstica y
un vecino muy particular, historia que, entre otras cosas, hirió la
susceptibilidad de algunos caballeros presentes, que ya están en los cincuenta
o se acercan a esta temible edad (seguro que te habrías reído si hubieses
estado allí). Finalmente Viviana leyó un texto recién salido del horno, titulado
“El látigo de las bestias”, el relato de un mundo al revés, o mejor dicho de un pueblo al revés, donde
las mujeres trabajan, se emborrachan, dan serenatas y son infieles, mientras
los hombres se quedan en casa cocinando y cuidando a los niños. No me vas a
negar que esta historia hubiese sido como un “fresquito” para tu espíritu
feminista. Sí… te conozco Margarita, como diría Rubén Blades.