El señor de los dientes
Por: Angélica Rugeles
Cuando era pequeño, mi abuelo me arrancaba los dientes de leche con unos alicates, porque quería que me pareciera a un muñeco que él había visto en una feria. Yo intentaba calmarme, pensando que la llegada de los dientes nuevos pondría fin a mi sufrimiento. Sin embargo, mi hermana aseguraba que las cosas no sucederían de esa manera, sino que, por el contrario, mi abuelo nunca pararía de torturarme.
Por: Angélica Rugeles
Cuando era pequeño, mi abuelo me arrancaba los dientes de leche con unos alicates, porque quería que me pareciera a un muñeco que él había visto en una feria. Yo intentaba calmarme, pensando que la llegada de los dientes nuevos pondría fin a mi sufrimiento. Sin embargo, mi hermana aseguraba que las cosas no sucederían de esa manera, sino que, por el contrario, mi abuelo nunca pararía de torturarme.
Crecí en un bosque, rodeado de animales. Mis padres vivían en otro país y mi hermana y yo nos quedábamos con mi abuelo.
A mis doce años ya tenía todos los dientes de hueso, y nada de lo vaticinado por mi hermana se hizo realidad. La acusé por mentirosa y le dije hasta el mal del que iba a morir por atormentarme. Ella simplemente volteó y me dijo en voz alta: «¡Eres un imbécil, en esa cabeza tan grande lo único que hay es aire!».
El día en que cumplí los dieciocho años, mi abuelo se acercó, me tomó de ambos brazos, me entregó una varilla de acero y me dijo: «Sujétala fuertemente, muchacho. Estaba esperando que te salieran las cordales para arrancarte todos los dientes otra vez».