miércoles, 14 de septiembre de 2011

COMO SIEMPRE, UN CUENTO

Después de un largo periodo, retomamos nuestro trabajo en el blog del Taller Literario "José Félix Fuenmayor" con la publicación de un cuento del más joven de sus integrantes actuales. Antes de ello, sin embargo, aprovechamos para felicitar oficial y públicamente a los dos autoras que nos representarán este año en la antología nacional de RELATA: Mayra Alejandra Díaz, con su poema "Negra", y Claudia Lama Andonie, con "Los días sin control".

Recordándoles los elementos a considerar -argumento, trama, personajes, narrador, ambiente, lenguaje e imágenes literarias-, los invitamos, entonces, a participar, proponiendo sus comentarios, ahora sí, al cuento de Daniel.





Sálvenos, Monsalve


Por Daniel Carbonell Parody




Suele decir la gente cuando algún dragón multiforme, descarado y escamoso pretende convertir los rascacielos en rascaespaldas. “Sálvenos, Monsalve”, dicen los transeúntes desvalidos luego de un asalto a mano armada –porque si la mano no está armada, entonces ya eso es otra cosa–. “Sálvenos, Monsalve”, las premuras, las fallas, las necesidades y esas latas imposibles que no las abre ni su madre. Entonces desciende Natalia. Baja desde algún punto remoto de la atmósfera en su relámpago convertible, a sembrar el bien. Los dragones se descubren minimizados a simples lagartijas ante su soplido reductoramente descomunal, los criminales y demás personajes políticamente incorrectos tiemblan de miedo al escuchar su poderosa voz quiebramilcienes –porque, ¿saben ustedes lo difícil que es romper uno de esos celulares?–, y se dejan caer las pertenencias que no les pertenecen: joyas, bolsos, iPods, gatos, lágrimas –porque entre esos malhechores hay rompecorazones– y folios –porque entre esos malhechores hay funcionarios públicos–; con las latas es más sencillo: Natalia sólo debe mirar de forma fija la tapa del recipiente, y ésta, de inmediato, comprende que debe irse por las buenas.


Así es la vida de Monsalve, la que se la vive salvándolos a todos: de un distrito a otro en segundos, de un perfil de Facebook a otro en minutos –su conexión es lenta, lenta como el metabolismo de aquel mar una vez se la tragó–. “Sálvenos, Monsalve”, oh, Natalia, escuchas. El espíritu de tu oído oscila, vibra, se mueve, está inquieto por que tus manos pongas sobre algo que tus ojos habrán divisado todavía estando a tres kilómetros. “Sálvenos, Monsalve”, escuchas decir con voz que suplica, que le urges. Cuando llegas al lugar, tu lengua detectavidas sabe a nadie, sabe sólo a un muchachito de no más de diecisiete, que apenas supera tu edad, que es nadie, y que no sabe nada. Te acercas a él para preguntar qué pasa, que cuál de tus servicios necesita, que si hay que matar dragones o preparar panes con mermelada que te quedan, por cierto, muy bien; pero está llorando y no articula palabra alguna. Sólo después de un par de minutos de intentar tranquilizarlo con el toque corazonario de tu mano, sus cuerdas vocales parecen funcionar. Quiere ir al cine, Natalia, y se te parte el alma; condolida, pones tu mano sobre su hombro y un torbellino de hojas grises se los traga. ¿Fue ese el vórtice de la inocencia del siglo?


Ya habiéndome dejado en la oscura sala intentas irte con las luces, pero te tomo del brazo y empiezo a saber que tu piel está hecha de todas tus batallas, de todas las lágrimas que no has derramado. Tus ojos se tornan púrpuras cuando lanzas a mi pecho un rayo escrutador: lo que ves tras mi piel, músculo y huesos es todo lo que hay. Quizá te di lástima en ese instante, porque pensarías que habría un corazón, y no sólo una taza de café y muchas horas sin sueño.


“Sálvenos, Monsalve”, vibra en tu oído, te llaman los de fuera. Dices que debes irte y que nos vemos pronto, que ya veremos una película, que lo prometes. Y en mis adentros digo: “sálvame, Natalia”.

Cuando nos miremos nuevamente, y en mi pecho haya más que una taza de café, ¿cruzaré dimensiones por ti? ¿Habré de llevarte al cine a tiempo, Monsalve?

jueves, 23 de junio de 2011

CINCO PISTAS PARA LA CONSTRUCCIÓN DEL PERSONAJE

Por Nahum Montt


El método Rulfo: Tres puntos de apoyo
Decía Juan Rulfo que para contar una historia sólo se necesitaban tres puntos de apoyo: crear el personaje, crear el ambiente donde ese personaje se va a mover y definir cómo va a hablar ese personaje, cómo se va a expresar. Veamos la cita completa:
“Todo escritor que crea, es un mentiroso: la literatura es mentira, pero de esa mentira sale una recreación de la realidad; recrear la realidad es, pues, uno de los principios fundamentales de la creación. Considero que hay tres pasos: así como en la sintaxis hay tres puntos de apoyo: sujeto, verbo y complemento; así también en la imaginación hay tres pasos: el primero de ellos es crear el personaje, el segundo crear el ambiente donde ese personaje se va a mover y el tercero es cómo va a hablar ese personaje, cómo se va a expresar, es decir, darle forma. Estos tres puntos de apoyo son todo lo que se requiere para contar una historia.”

Primera pista: La elección: Cuatro modos de narrar un personaje
1. Por sí mismo (narrador personaje): “No hay ningún hombre interior, el hombre está en el mundo y es en el mundo donde se conoce.” Maurice Merleau-Ponty.
2. A través de otro personaje (narrador testigo): “Si trato de estudiar el amor o el odio por medio de la pura observación interior, no encuentro sino muy pocas cosas que describir: algunas angustias, algunas palpitaciones, es decir, trastornos triviales que no revelan el sentido del amor ni del odio. Cada vez que consigo un resultado interesante es porque no me he contentado con coincidir con mi sentimiento, porque he logrado estudiarlo como conducta, es decir, como modificación de mis relaciones con otros y con el mundo, o porque he llegado a pensar en él como pienso en el comportamiento de otra persona del que soy testigo”. Maurice Merleau-Ponty.
3. A través de un narrador externo (narrador omnisciente): Según Ramón Fernández, el método Balzac consiste en establecer “un estado civil e histórico para el personaje, con lo que se sitúa en el tiempo y en un grupo social definido; una deducción psicológica que parte de concepciones generales y se concreta en algunos rasgos que constituyen el carácter del personaje; una descripción visual que comprende tanto su ambiente habitual y su habitación como su rostro, cuerpo y vestido.
4. Todas las anteriores (narrador mixto): “Es normal que las novelas sean contadas (aunque no siempre lo advirtamos a primera vista) no por uno sino por dos y a veces varios narradores, que se van relevando unos a otros, como en una carrera de postas, para contar la historia (…) Si estas mudas o saltos de punto de vista espacial ―de un yo a un él, de un narrador omnisciente a un narrador personaje o viceversa― alteran la perspectiva, la distancia de lo narrado, y pueden ser justificados o no serlo (…) si estas mudas son justificadas, pues contribuyen a dotar de mayor densidad y riqueza anímica, de más vivencias a la ficción, esas mudas resultan invisibles al lector, atrapado por la excitación y curiosidad que despierta en él la historia. En cambio, si no consiguen este efecto, logran lo contrario: esos recursos técnico se hacen visibles y por ellos nos parecen forzados y arbitrarios, unas camisas de fuerza que privan de espontaneidad y autenticidad a los personajes de la historia.” Mario Vargas Llosa.

Segunda pista: Narrar al personaje escena tras escena
Implica superar el dilema entre decir o contar. Entre comentar una escena o representar una escena. En el primer caso se le dice al lector: el personaje sentía esto. En el segundo, se construye una situación o se desarrollan varias situaciones donde el personaje expresa a través de sus acciones sus sentimientos, su visión de mundo. Para comentar una escena sirven los adjetivos. Para representarla se necesitan más sustantivos. Un personaje se construye a través de las escenas en las que participa de la narración. ¿Y qué es una narración? Es la sucesión eficaz de una escena tras otra. Una progresión de escenas.
Dice el dramaturgo David Mamet (Chicago, 1948):
«Para escribir una buena escena, uno debe aplicar rigurosamente y responder rigurosamente a las tres preguntas siguientes:
¿Quién quiere qué de quién?
¿Qué pasa si no lo consigue?
¿Por qué ahora?»
(Bambi contra Godzilla. Barcelona. Alba Editorial. 2008. Pág: 116)
De acuerdo con lo anterior, es el personaje quien le da vida a las escenas y esto nos lleva a la tercera pista.

Tercera pista: Son los personajes los que tienen conciencia y el narrador está al servicio de ellos
El narrador está subordinado a la conciencia de sus personajes, a sus sentimientos, sensaciones y percepciones. Representar los procesos mentales de sus personajes, sus emociones y razonamientos; sus contradicciones, certezas e incertidumbres es el principal desafío del narrador.
Dice John Gardner, maestro de Raymond Carver:
“Hay mil maneras de estar triste, feliz, aburrido o malhumorado, y el adjetivo abstracto no dice casi nada (…) Los sentimientos de los personajes se tienen que evidenciar: el miedo, el amor, la excitación, la duda, la turbación o la desesperación sólo tienen verosimilitud cuando se presentan en forma de acontecimientos, es decir, de acción (o ademán), de diálogo o de reacción física ante el entorno. El detalle es la savia de la ficción literaria.
El escritor que se preocupa por el detalle –que analiza los gestos y ademanes más triviales de sus personajes, para saber exactamente de qué forma debe proseguir la escena imaginada- es el que convence y asombra (…) El escritor, sin apenas notarlo, se convierte en un observador atento.”

Cuarta pista: Sobre los ambientes o atmósferas donde los personajes se van a mover
Gustav Flaubert y Cia (Henry James, James Joyce, William Faulkner y Virginia Wolf, entre otros.) nos enseñaron que las descripciones espaciales sólo existen cuando pasan por el filtro de la subjetividad de los personajes. Ya quedaron atrás esas descripciones “objetivas” de sólo espacios sin personajes.
El personaje se crea a partir de su percepción del espacio. A este espacio le llamaremos atmósfera, pues implica la interacción entre el personaje y su entorno.
Miremos los dos ejemplos más citados de la eterna Madame Bovary:
“Entraba en algo maravilloso donde todo sería pasión, éxtasis, delirio; una inmensidad azulada la rodeaba, las cimas del sentimiento centelleaban bajo su pensamiento, la existencia ordinaria no aparecía sino a lo lejos, muy allá, en la sombra, entre los intervalos de aquellas alturas.”
“Pero la (vida) suya era fría en un desván cuya claraboya da al norte, y el tedio, araña silenciosa, tejía en la sombra su tela en todos los rincones de su corazón.”
Dice Flaubert: “En mi libro no hay ninguna descripción aislada, gratuita; todas están al servicio de mis personajes y tienen una influencia inmediata o lejana sobre la acción.”

Quinta pista: los diálogos o el arte del parloteo
En el prólogo de Dulce jueves de John Steinbeck, lo dice el viejo Mack: “A mi me gusta que en un libro haya mucho diálogo y no que se dediquen a explicarme cómo es el que habla. Me gusta imaginar su aspecto, por lo que dice. Y otra cosa, me gusta imaginar lo que el tipo piensa, por lo que dice…”
Y lo confirma Stephen King en Mientras escribo, sin duda su mejor libro publicado.
“El diálogo da voz a los personajes, y es esencial para definir su manera de ser. La clave es que los actos de la gente son más reveladores que lo que dice, y que las palabras son traidoras (…) Un diálogo bien construido indicará si un personaje es listo o tonto, honrado o tramposo, gracioso o cascarrabias. Un buen diálogo es una delicia uno malo un muermo. No todos los escritores dominan igual el diálogo.
Para aprender a escribir diálogos conviene hablar y escuchar mucho, sobre todo escuchar. La clave de escribir diálogos buenos, como en todos los aspectos de la narrativa, es la sinceridad (…) Decir la verdad es fundamental para que el diálogo posea resonancia. Lo importante no es que el diálogo de tu relato sea culto o vulgar, sino como suene en la página y el oído.”
Alfred Hitchcock, parloteando con Francois Truffaut, nos da nuevas pistas del arte de parlotear:
“¿Quiere decir que el diálogo dice una cosa y la imagen otra? Este es un punto fundamental de la puesta en escena. Me parece que las cosas ocurren a menudo así en la vida. Las personas no expresan sus pensamientos más profundos, tratan de leer en la mirada de sus interlocutores y, con frecuencia, intercambian palabras triviales mientras intentan adivinar algo profundo y sutil (…) para mí, el pecado capital que puede cometer un guionista es que, cuando se discute algún problema, lo escamotee diciendo: «Lo justificaremos con una frase del diálogo.» Y yo pienso que el diálogo debe ser un ruido entre los demás, un ruido que sale de la boca de los personajes, cuyas acciones y miradas son las que cuentan una historia visual.”
Las grandes obras del parloteo siempre serán las de Shakespeare y Cervantes. Existen muchas clases de parloteo: el dato escondido, donde el lector es casi un intruso y no sabe qué es lo están hablando los personajes; un buen ejemplo es el cuento de Hemingway El mar cambia. Otra clase de parloteo es cuando los personajes conversan física y simple cháchara o carreta; el ejemplo clásico es el comienzo del film Pulp fiction, el diálogo entre Vincent (Travolta) y Jules (S. L. Jackson):
―...y en París puedes pedir cerveza en el McDonalds.
―Hmmm...
―¿Y sabes cómo llaman al cuarto de libra con queso en París?
―¿No lo llaman cuarto de libra con queso?
―Utilizan el sistema métrico, no sabrían qué coño es un cuarto de libra.
―¿Pues cómo lo llaman?
―Lo llaman una "Royale con queso"
―Royale con queso (repite Jules)
―Haha... ¿y cómo llaman al Big Mac?
―Un Big Mac es un Big Mac, pero lo llaman "Le Big Mac"
―"Le Big Mac"
―¿y cómo llaman al Whooper?
―No lo sé, no entré en ningún Burger King... ¿Y qué le ponen a las patatas en vez de ketchup?
―Mayonesa...
―Puaj, joder!
―Los vi hacerlo, amigo; las bañan en esa mierda.
Otra clase de parloteo es cuando los personajes se ponen vil y vulgarmente patéticos. Esta clase de parloteo sentimental le llamaremos “Se ha muerto mi gatito”; expresión usada por el dramaturgo David Mamet en Los tres usos del cuchillo para burlarse de esos personajes que al final de la trama padecen un ataque espasmódico de ternura. Personajes que usan el soliloquio confesional (en una expresión muy coloquial sería: “Oh, amigo mío, hace mucho, mucho tiempo yo también era una pelota, como tú...” “Amiguito, hace muchos años cuando era estudiante de una universidad pública …cuando escribía guiones para la televisión… cuando manejaba un blog de tribus urbanas… cuando pertenecí a la Sociedad Colombiana de Freaks, cuando tenía una banda de músicos mediocres… cuando hice un taller de construcción de personajes…”
―como notarán las motivaciones pueden ser infinitas.)
Veamos la cita textual de David Mamet:
“A este discurso, a este tipo de montajes, en una película o en una obra de teatro, yo los llamo “La muerte de mi gatito” y con frecuencia llevan implícita esta frase o idea: “No sé por qué les cuento todo esto” (…) Esta frase sirve para identificar un montaje de este tipo. También puede decir: “Hace muchos años…” o “Cuando era joven…” o “Una vez tuve un gato…”, o mostrar la escena en que los personajes, con los brazos abiertos, giran a cámara lenta en una playa.”
Abundan ejemplos en el cine y la televisión; se aceptan sugerencias para montar nuestro inventario de este ataque espasmódico de tierna nostalgia.
Este ejemplo, tomado de El halcón maltés de Dashiell Hammett, puede servirnos de abre bocas, se da en el último capítulo, justo en el desenlace, el duro, el implacable de Sam Spade padece un maldito ataque de ternura.

Fuentes bibliográficas
Leer y releer toda la obra de Gustave Flaubert, en particular, esa gran belleza narrativa de Madame Bovary, en la edición que tengan al alcance. La traducción de Carmen Martín Gaite de Editorial Oveja Negra es buena. A manera de chisme: Cartas a Louise Colet de ediciones Siruela; traducción, prólogo y notas de Ignacio Malaxecheverría. Sobre la creación literaria. Correspondencia escogida. Edición de Cecilia Yepes. Ediciones y talleres de escritura creativa Fuentebaja. Y si desean profundizar en los laberintos narrativos de la Bovary: La orgía perpetua de Mario Vargas Llosa. Editorial Alfaguara o Bruguera.
Bourneuf, Roland y Ouellet, Réal. La novela. Barcelona. Ariel. 1989.
Gardner, John. Para ser novelista. Ediciones y Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja, Madrid, 2001. Págs. 56 y 60
Lodge, David. El arte de la ficción. Barcelona, Península. 1998 (Y léanse todas, todas las novelas que encuentren de este autor, de verdad que es bien divertido)
Mamet, David. Bambi contra Godzilla. Barcelona, Alba. 2006.
……………….. Los tres usos del cuchillo Barcelona, Alba editorial, 1988. Páginas: 101-103.
……………… Una profesión de putas. Madrid, Debate. 1995.
Truffaut, Francois. El cine según Hitchcock. Madrid. Alianza. 1994.
Vargas Llosa, Mario. Cartas a un joven novelista. Barcelona, editorial Planeta. 1997.

BUENAS NOTICIAS


Viendo la fecha de la anterior actualización de nuestro blog, resulta evidente el paso del tiempo. Más de un mes, en efecto, ha transcurrido desde entonces. Y, como el río sigue pasando y nosotros con él, hay desde luego varios acontecimientos que resaltar entre las dos fechas que separan la presente entrada de aquella. Por ejemplo, la realización del Encuentro Nacional de Directores de la Red de Escritura Ceeativa, por cierto ahora ya no llamada RENATA sino RELATA, realizado entre el 10 y el 12 de mayo, en el marco de la Feria del Libro de Bogotá. Durante el Encuentro se llevó a cabo la presentación de los libros: Antología de Cuentos Talleres Literarios 2010 y Fugas de Tinta 3. En la primera, tuvimos la grata satisfacción de ver publicados tres textos de integrantes de nuestro taller: "Felicidad" de Katia De la Cruz García, "Domingos de Fútbol" de Patricia Lemus Guzmán y "No hay ladrones en Providence" de Adolfo Ceballos Vélez. También aprovechamos la calva ocasión del Encuentro y la Feria del Libro para presentar El fantama de la alondra, cuarto poemario de nuestro director, que contó para su fortuna con las generosas palabras previas de José Zuleta y Nahum Montt.



Hablando de presentaciones de libros no podemos dejar de reseñar la de Colombia cuenta, que recoge los textos de los ganadores en el IV Concurso Nacional de Cuentos MEN-RCN y donde aparecen publicados los cuentos "Solo", de Alberto Márquez Alonso, integrante del centro de interés en literatura coordinado por nuestra tallerrista Katia De la Cruz en la Escuela Normal La Hacienda; así como el de Daniel Carbonel Parodi, el más joven entre los actuales miembros de nuestro grupo y a quien le deseamos lo mejor en la carrera de las letras contra las armas.



Otro hecho de gran valor fue la distinción alcanzada por nuestro compañero Luis Mallarino, quien fue reconocido como ganador del Premio Nacional de Literatura Infantil organizado por el Centro Cultural Comfamiliar, gracias a su cuento "El Abominable Monstruo Devorador de Papel Higiénico y su Pandilla". Luis merece todos nuestros aplausos y demuestra una vez más con este logro su gran talento creativo.


Por último, el pasado fin de semana (junio 17 y 18), recibimos la primera de las dos visitas anuales del escritor asociado de la Red. Después de contar con la tutoría de Ramón Illán Bacca en 2007, Cristian Valencia en 2008 y 2009, Antonio García Ángel (2009 y 2010), ahora tuvimos nuestro primer encuentro con Nahum Montt. Nacido en Barrancabermeja y reconocido nacional e internacionalmente por sus novelas El eskimal y la mariposa (2005) y Lara (2008), Nahum compartió con nosotros su experiencia como escritor y nos dio importantes luces particularmente en lo que corresponde a la construcción del personaje, que más que con un nombre y unos atributos concretos, se constituye como tal en sus relaciones con los demás personajes y con su ambiente o atmósfera. Para ambas cosas, su voz resulta fundamental y esto pudimos constatarlo con un interesante ejércicio in situ en el que se debía elaborar una historia a partir de un diálogo entre dos personajes, sin acudir a acotaciones de ningún tipo. Justamente de estos temas trata el texto que publicamos a continuación y que fue leído por Nahum en el marco de una conferencia presentada el 17 de junio en el Teatro Amira de la Rosa.

viernes, 13 de mayo de 2011

Dándole vueltas a la tuerca

Por Indhira Prego Raveneau

La sesión del sábado 7 de mayo de 2011 inició con una referencia a El Cuento en Cuestión que el profesor Silvera había colgado en el Blog y reiteró su invitación a que participáramos con nuestros comentarios.

Luego se detuvo a precisar los elementos a tener cuenta. Primero, el argumento, que nos explicaba es el conjunto de hechos que forman la historia y es diferente a la trama, es decir, la forma en la que el autor dispone la historia. Esta última puede ser lineal, circular o hasta espiral como sucede en Cien Años de Soledad. Entonces el profesor nos habló de un cuento de Fuenmayor, titulado Un Viejo Cuento de Escopeta.

Continuando con los elementos a considerar cuando se analiza un cuento, el profesor nos comenta que la trama puede ser más importante que el argumento pues es ahí donde se muestra la destreza narrativa. El argumento o tema de la historia puede ser original, sin embargo, como decía Borges, ya casi todas las historias han sido contadas. Es más, los grandes temas de la literatura se pueden resumir en tres principales, de los cuales derivan otros temas menos amplios, a saber el amor, la vida y la muerte. Entonces, en las palabras de nuestro profesor, toca darle más vueltas a la tuerca.

En ese momento, nos habló del primer relato policial, Los Crímenes de la Calle Morgue, de Edgar Allan Poe. Luego, nos contó como Borges parodia el relato en La Muerte y la Brújula, en el que el argumento es igual pero todo ocurre al revés, pues el criminal es más listo que el detective y al final lo mata.

Retomamos el análisis con el siguiente elemento…el o los personajes. Por ejemplo, nos dice el profesor, en el cuento El Soborno, la naturaleza del personaje es fundamental. Incluso, a veces hay cuentos en los que aunque los personajes aparentemente no han sido desarrollados, en realidad si lo están, solo que a través de tres o cuatro líneas que dicen mucho sobre su historia, su personalidad, manías, etc.

Otro elemento a analizar seria el Narrador, si bien no profundizamos en el mismo, se entiende que este debe ser el apropiado para la historia que se quiere contar. Y por último aunque no menos importante, se analizan las imágenes literarias empleadas, aquí el profesor nos recuerda que intentemos siempre evitar las típicas. Como ejemplo, cita a Huidobro cuando elogia a su amada diciéndole: eres más bella que el relincho de un potro en la pradera…

El profesor nos dijo que los cuentos deben tener un aspecto sorpresivo que se le revela al lector. Iniciando así una discusión sobre las dos historias en un cuento, Ricardo habla acerca de cómo se desarrollan dos historias paralelamente y Adolfo decía que siempre hay una historia subyacente pero escondida.

Seguidamente, escuchamos una versión grabada del cuento de Edgar Allan Poe, El Cuervo. Luego, hablamos de su ensayo, La Teoría de la Composición. Comentamos que era extraño que siendo un romántico, Poe se basara en la razón y la lógica para escribir su cuento. El profesor nos dice que en este ensayo, Poe desmitifica el proceso de creación y además, nos hace pensar que es posible estudiar y aprender a hacerlo, por ejemplo, a través de un taller como este.

Entonces discutimos la evocación de Poe sobre la unidad de impresión que se mantiene solo si un texto narrativo se puede leer en no más de dos horas. Poe incluso habla de la imperfección de la novela como género. Sin embargo, esto es relativo, y no le resta validez a la novela. Se puede pensar en la intensidad del efecto, como dijo Poe, que si el relato es muy corto, no será tan fuerte. Y hasta podríamos decir que el efecto de la novela es más duradero que el de un cuento.

Poe también menciona que un poema extenso es como una serie de poemas cortos, asimismo, una novela podría pensarse como una serie de cuentos, en capítulos. Hubo comentarios acerca del ritmo de vida actual, la aparición de los microrrelatos y lo que esto significa para los novelistas. También comentamos que el tiempo o ritmo interno de una novela varía, por ejemplo, nos dice el profesor, en Cien Años es vertiginoso pues ocurre mucho, y en cambio, en En busca del tiempo perdido, de Proust, es más bien lento y hasta parsimonioso.

El profesor nos contó acerca de Nocturno, un poema de Silva que es la versión en castellano del cuento de Poe. No es idéntico, pero si tiene el mismo tema, es decir, la melancolía, además usa un estribillo y una musicalidad creada por medio de silabas acentuadas alternando con silabas no acentuadas.

Aquí resumimos los aspectos del lenguaje: el sonido, el sentido y los posibles significados que son de gran importancia para un escritor.

Se suspende la discusión para que, los que quieran, lean sus textos al grupo. Primero, pasa Adolfo, y lee su texto Pescador, el cual describe como versos escritos en prosa. Empezamos por buscar la métrica del primer verso y luego así con cada verso del primer párrafo, contando las sílabas. El profesor comentó acerca de la temática del relato y su parecido a canciones populares.

Nos menciona que Borges tiene una serie de cuentos titulada Para las Seis Cuerdas, que son en verso para ser cantadas con la guitarra. Asimismo, menciona la canción La Gordita de Leandro Díaz.

Siguió Ana Julia, quien leyó un soneto que estaba hecho de versos endecasílabos y muy bien logrado. Finalmente Daniel leyó un soneto sobre el cual el profesor comentó que había unidad o coherencia en el tema pero que las imágenes no concordaban. Le sugirió revisar el vocabulario empleado. Matilde dijo que le gustó la frescura del poema y que le pareció moderno y diferente.

Así concluimos la sesión y nos despedimos hasta la próxima.

miércoles, 4 de mayo de 2011

La Viuda de Ismael

Con la publicación de este relato, elaborado por nuestro compañero Johnny Campo, retomamos nuestra sección "El cuento en cuestión". La intención de esta consiste en presentar textos previamente leídos en el Taller y, por tanto, ya objetos de al menos una revisión y, a continuación, hacer el taller de una manera virtual. Es decir, se trata de que los integrantes propongan sus comentarios con la intención de que el compañero o la compañera que ha creado el texto, los revise y valore en aras de que se enriquezca lo mejor posible. Es importante tomar en cuenta los elementos que deben revisarse: La originalidad del argumento, la trama o pertinencia del orden en que se nos presenta el relato, la propiedad de narrador escogido, la construcción de los personajes, el manejo y desarrollo del ambiente (tiempo y espacio), contundencia y originalidad de los recursos literarios (metáforas, símiles, etc.) y el lenguaje (la propiedad léxica, el orden de las frases y párrafos, la ortografía, por ejemplo). Los comentarios pueden referirse a alguno, varios o la totalidad de los aspectos citados. Esperamos entonces sus aportes.

Por Johnny Campo


Hoy me fugué. Si bien mi cuerpo, memoria y autoestima se han desgastado gradualmente con los noventa y pico años de vida que llevo encima, todavía me queda la costumbre, o más bien el último impulso, de celebrarle el cumpleaños a Ismael, mi difunto esposo. Con ese propósito desperté, sin importarme que aquello implicara un escape y una visita secreta al cementerio.


Salir del apartamento fue, casualmente, más fácil que salir del edificio. Mi hijo, el solterón, no fue un obstáculo porque se había ido temprano y sin despedirse, como de costumbre. Amparo, la que me cuida, quedó noqueada con una pastilla que le deslicé en el café. Pero el jovencito que cuida el edificio presentó un reto. El muy atrevido no quería conseguirme un taxi.


-Sería una irresponsabilidad de mi parte-dijo.

Pero un billete bastó para convertirlo en un alcahuete. ¡Pobrecito! A esa edad solo se piensa en dinero para el fin de semana.


En el taxi iba incómoda. El conductor no paraba de mirarme por su retrovisor. ¿Qué habrá pensado ese señor? A lo mejor nunca vio antes a una anciana tan anciana. De pronto sintió asco por las miles de manchas que han invadido mi piel. Pero creo que, más bien, le preocupó que su carrito estuviera quedando hediondo a viejo.

Es que a veces ni yo misma aguanto el olor a cuero humano percudido. Por culpa de la artritis, cosas tan sencillas como ir a la cocina o ponerme unos zapatos resultan increíblemente dolorosas. Pues bien, me resulta aún más difícil limpiarme las ranuras entre los cientos de pellejos colgantes que tengo.

El taxi me dejó en la entrada del cementerio. En ese momento mi cerebro arrugado me alertó algo: ¡no recordaba cual era la tumba de Ismael! Entonces me quedé asustada solo mirando el de pasto, flores y lápidas. Finalmente empecé a caminar.


El dolor de la rodilla empezó a los pocos minutos. Después me atacó el dolor de la cadera. Pero, como no había bancas cerca, seguí caminando parsimoniosamente.

Durante el recorrido vi tantos sepulcros que hasta me puse un poco triste recordando tantos seres queridos, aparte de Ismael, que he enterrado durante esta larga vida. Sin embargo, Ismael, quien ya nadie recuerda, es el que más extraño. A pesar de haber sido un desgraciado en más de una ocasión, también fue capaz de hacerme feliz en muchos momentos.


Continué andando. Con la sed que tenía, la boca ya me sabía al plástico de la dentadura postiza. Caminé, caminé, caminé. Ya hasta parecía que me arrastraba cuando finalmente di con Ismael.

Así llegué aquí. Ahora tengo la lápida de Ismael enfrente. El césped verdecito que cubre su sepultura parece un tapete. Empiezo a cantar “Feliz cumpleaños…”. Aunque ya no aguanto el cuerpo, ¡cómo me alegro de estar aquí! Amparo seguirá dormida. A lo mejor, una vez el jovencito que cuida el edificio se confiese, mi hijo vendrá a buscarme. Pero eso será cuando él se desocupe. Por lo pronto me acostaré en este tapete a descansar.

lunes, 25 de abril de 2011

Antes de que se me olvide

Por Patricia Lemus Guzmán

Escribir la bitácora de la última sesión del Taller es una de mis tareas para la Semana Santa. Es jueves, mi primer día de descanso y pensando que al que madruga Dios le ayuda, me siento ante el computador y busco alguna frase para empezar. De la casa vecina me llegan un olor a incienso y el sonido de una canción. El sahumerio me recuerda a mi abuela y la voz de Roberto Carlos me transporta a épocas más felices. Aterrizo, no debo distraerme. Vuelvo a la pantalla en blanco y no se me ocurre nada. Miro al techo, blanco también. Este color no me resulta muy inspirador. Hablando de colores y de amor fue como dimos inicio a la sesión del sábado 16 de abril, una mujer espera a su amante entre sábanas blancas y con una paleta va pintando de colores cada uno de sus sentimientos. El poema era de Astrid Sofía quien fue la primera en sentarse al banquillo. La siguió Rubén, con un texto llamado “El crucificado”, la historia de un hombre que despierta y no puede moverse porque lo aprisionan los cuerpos de su esposa y sus hijos que duermen en la misma cama, mientras él se hunde en oscuras reflexiones sobre su vida miserable y rutinaria. El texto tuvo buenos comentarios acerca del tema, pero la opinión general fue que estaba sobrecargado de palabras rebuscadas, las cuales le restaban claridad. Rubén, previsivo y adelantándose a una tarea, leyó entonces una versión sencilla de la misma historia que definitivamente gustó más. El turno siguiente, bastante aplazado por cierto, fue para Isabel Cristina, quien leyó una historia acerca de una esclava negra que ahoga la imagen de San Antonio, por no haberle cumplido su petición: librar a su hermana menor de la iniciación sexual a la que el amo sometía a todas las negras de su hacienda, y de la cual ella misma había sido víctima. Sobre este texto se cuestionó la verosimilitud del cristianismo de la esclava, ya que aunque los negros eran obligados a participar en los ritos del catolicismo, es sabido que en el fondo mantenían las creencias de sus antepasados africanos. Asimismo se le recomendó a Isabel ubicar este cuento en un espacio geográfico y de tiempo, para mayor comprensión del lector. “El jardín del zorrito” fue el siguiente texto que escuchamos, esta vez en la voz de Juan Miranda. Un hombre trabaja en su jardín cuando descubre el cadáver de un zorrochucho y en vez de tirarlo a la basura, como lo pensó en un principio, decide enterrarlo en su patio y cubrir su cuerpo con hojas, demostrando así su respeto por todos los seres de la naturaleza. Al terminar la lectura, algunos comentaron que podría ser un buen cuento para niños debido a su tema ecológico; otros opinaron que el zorrochucho en la realidad es bastante feo, pero el narrador al no describirlo detalladamente, logra crear en el cuento una imagen tierna del animal. Otra sugerencia fue caracterizar mejor al narrador para que sea más creíble esa “conexión espiritual” que dice sentir con el zorrito muerto.


Posteriormente, Juan Miguel Cortés leyó un texto llamado “La parte del hombre que es mierda”, en el que trató de hacer una analogía entre la mierda y la ignorancia, como aquellas cosas que inevitablemente forman parte de la vida del hombre pero a las que repudiamos. El consenso general fue que esta comparación no está bien lograda y que el poema necesita más transpiración de su parte. Sin embargo, hubo algunos elogios para Juan Miguel por lo audaz del tema. Así se dio por terminada la lectura del primer ejercicio, que consistía en escribir de una forma estética, sobre un tema normalmente repulsivo o desagradable para nosotros.


El segundo ejercicio era escribir sobre un libro que nos hubiera llamado la atención en particular. El primero en levantar la mano fue Daniel, quien recreó en tercera persona, su experiencia de niño al terminar de leer un libro llamado: “Sangre de campeón”. Se le sugirió a Daniel mejorar los diálogos. Luego siguió Rubén y la obra escogida fue el “Tartufo” de Molière, la cual leyó en la secundaria, época en la que se desarrolla su historia de travesuras escolares en el colegio Salesiano de San Roque. Se comentó que el texto era bastante entretenido y se le recomendó eliminar las notas explicativas acerca de los libros y personajes allí mencionados.

Dado que los únicos juiciosos fueron Daniel y Rubén, la sesión continuó con la lectura del cuento “El otro” de Jorge Luis Borges. Adolfo tomó la voz de Borges anciano y Juan Miguel fue el joven Borges. El comienzo de la lectura coincidió con la llegada del profesor Silvera (olvidé decir que el profesor me había llamado para avisar que iba a llegar tarde, claro, he debido empezar la bitácora por ahí, pero bueno…). En este memorable cuento, Borges habla del encuentro consigo mismo, pero en unas circunstancias muy particulares, Borges de setenta años -el narrador- está sentado en un banco frente al río Charles, en Cambridge, Estados Unidos, en el año 1969 y de repente se sienta a su lado el joven Borges que está en Ginebra, a unos pasos del Ródano y corre el año de 1918. Entre los dos se inicia una conversación con la cual el autor muestra las diferentes etapas en su vida como escritor. El joven Borges comprometido con la causa social y que pretende en sus poemas ser la voz de los oprimidos y las masas, contrasta con el escritor maduro para quien las masas son sólo una abstracción porque “sólo los individuos existen, si es que existe alguien”. En su juventud el escritor cree en la invención de nuevas metáforas, mientras que en la vejez Borges sólo cree en aquellas que “corresponden a afinidades íntimas y notorias que nuestra imaginación ya ha aceptado”. El tema del otro ha sido recurrente en la literatura. En este cuento es destacable el humor con que Borges lo trata y el juego permanente acerca de si el encuentro es real o soñado.

La última lectura fue “El espejo y la máscara”, también del maestro argentino. En esta historia, ambientada en Irlanda en la Edad Media, el Alto Rey le encomienda al poeta de la corte narrar su batalla victoriosa en una oda. El poeta, gran conocedor de la métrica y las figuras literarias, al cabo de un año declama con seguridad sus versos ante la corte y recibe la aprobación del rey, quien manda a treinta escribas a transcribir el poema y le entrega como premio un espejo. No obstante, el rey le dice que con su poema no ha logrado acelerar los pulsos, ni hacer correr la sangre más a prisa, y que dentro de un año espera una oda mejor. Cumplido este plazo, el poeta trae una nueva loa, en la cual no se ciñe estrictamente a las normas del lenguaje, pero que en opinión del rey supera la anterior, “suspende, maravilla y deslumbra”. Esta vez manda a guardar en un cofre de marfil el único ejemplar del poema, significando así que no estará al alcance de todos; pero le recuerda al poeta que en las fábulas prima el número tres y aún puede esperar de él una obra más alta. El poeta asiente y como regalo recibe una máscara de oro. En el siguiente aniversario, el poeta no trae ningún manuscrito, su rostro se ha transformado y sus ojos parecen haber quedado ciegos. Temeroso le susurra al rey la última oda que consta de una sola línea y es superior a todas las maravillas del mundo. Como premio recibe una daga con la cual se da muerte al salir del palacio, mientras que el rey abandona el trono para convertirse en mendigo y jamás vuelve a repetir el poema. Con su última oda, el poeta traspasa los límites del lenguaje y alcanza la belleza absoluta, lo cual es un privilegio divino, por tanto considera que ha cometido el peor de los pecados y sólo puede expiarlo con su muerte. El tema de este cuento es el lenguaje y lo que con él se puede transmitir. De nada nos sirve utilizar técnicas precisas, palabras cultas y metáforas deslumbrantes, si con ellas no se logra conmover al lector. Porque según Borges, la poesía es el encuentro del lector con el libro y “sentimos la poesía como sentimos la cercanía de una mujer, o como sentimos una montaña o una bahía. Si la sentimos inmediatamente, ¿a qué diluirla en otras palabras, que sin duda serán más débiles que nuestros sentimientos?”.

jueves, 14 de abril de 2011

LIBROS Y AMORES

Antonio Silvera Arenas

Primero están los ideales. Dulcineas intangibles y soberanas de los altos anaqueles del alma. Páginas de las que nos enamoramos al captar su precioso visaje en una biblioteca ajena —como una mujer voluptuosa y prohibida— o entre las líneas de otras, como un escote sutil o abiertamente obsceno, o —peor resentimiento de la envidia cobarde— en las palabras entusiastas de una voz amiga que gozó sus favores. Con ellos, mientras vivamos, aún queda sin embargo la esperanza de un encuentro, así sea fugaz y clandestino. Cada uno tiene sus propias frustraciones. Yo señalo algunas de las mías: los versos alemanes de Hölderlin y Rilke; el Tirant lo Blanc, salvado de las llamas por un inquisidor, mientras duerme Quijano; las imposibles hojas de la física.

En el extremo opuesto están los pasionales. Los que agarramos al vuelo de la calva ocasión y nos correspondieron de inmediato. Son amores carnales, de mordiscos, de sangre. Que gozamos a fondo y que nos enseñaron siempre el matiz de un sabor en el placer. Compartidos o propios, que no únicos, suelen ser de dos formas. Los primeros se parecen a aquellos amores que el corro de los amigos disfrutó y reiteradamente se evocan con nostalgia, al calor de un buen trago mientras el aire colma una canción de entonces. Yo recuerdo el primero, cómo no: De la tierra a la luna, se llamaba. Obra espontánea y pródiga, como una adolescente, con la que hice mi primer viaje a la otra cara del misterio.

Otros conforman nuestro harén particular. No porque fueran exclusivos. En el campo amoroso de los libros, no valen fueros ni guardianes eunucos. Las páginas son completamente libertinas, quienquiera que lo intente las consigue, a veces, en verdad, de una manera descarada. Pero eso sí, son de uno: en el amor es más feliz quien más ama. Por eso podemos jactarnos de esos amores nuestros. Que otros sin duda nunca disfrutarán o sencillamente, no obstante su presencia notoria, ni siquiera sospechan. El amor es así. "Lo que a uno lo pierde, otro lo bota", vieja y sabia sentencia en más de un libro, precisamente, inscrita. Esos también los digo, aunque corra el riesgo del rapto o la perfidia. (Tienen también eso las páginas, que no se guardan. Los amantes de libros no suelen ser mezquinos y viven gritando a cuatro vientos los donaires de las amadas hojas, aun a riesgo de que otros se enamoren e inevitablemente precisen compartirlas. Pues ellas nunca se cansan de ofrecer amor a quien las solicita aun por curiosidad, a nadie se lo niegan, aunque suene a hembra fácil. ¿Fácil? No, que son las más difíciles, las que exigen un continuo amor, las que te quieren siempre o quieren siempre, no importa a quién). Se llaman en mi caso: Los heraldos negros, El Quijote, Versos sencillos, Hojas de hierba, Campos de Castilla, Ficciones, La comedia, Pedro Páramo, La educación sentimental, El corazón de las tinieblas, Cantos de vida y esperanza, la íntima “Noche oscura”, las parcas coplas de Jorge Manrique…

Cada volumen tiene sus formas de encantar. Algunos van al grano: abren de par en par sus hojas, sus secretos más íntimos al más mínimo roce, y se entregan a fondo hasta la última letra. Otros, en cambio —con Trilce me ha ocurrido, por ejemplo— prolongan el asunto, se dilatan, se esconden. Hay los hoscos, los groseros o incluso los que se saben tan perfectos que practican las técnicas complejas de la indiferencia. Se dan el lujo del tiempo. Esperan que crezcamos. Cuántas veces nos pasa: son como esas mujeres que no sabemos cómo nos envuelven, sin insinuarse apenas, Penélopes pacientes que tejen y destejen mientras nos lanzamos —perdónenme la rima— a la isla de Circe y al mar de las sirenas.

Mas hay también los fiascos, toca decirlo todo, llamar al vino, vino y al pan, pan. También entre los libros hay falacias arteras que nos prometen todo. Les gustan las vitrinas, huelen a pura pulpa, de cedro, de eucalipto; su tinta fresca, como los perfumes corruptores del vate de París, invita a los viajes de todos los sentidos. Pero se esfuma pronto su rastro en el ambiente. Cada vez desconfío más de esas novedades, de esos ombligos frescos y esos vientres tensados que ofrecen las portadas de las mejores casas. Contrario a lo que ocurre en la vida que pasa y nos induce al vértigo de las caderas nuevas y los pechos recientes, en materia de libros, yo soy más bien primario: me gusta ir a la fija: como aquellos ancestros que elevaron a diosa las formas rotundas de la esteatopigia, prefiero una probada y abundosa señora, con quien se han solazado en íntima armonía generaciones varias, a las primicias tiernas, pero aún sosas, de una púber.

jueves, 7 de abril de 2011

Aunque parezca mentira...

Para enriquecer nuestra sección "Biblioteca", va ahora esta fluída e inteligente reseña de Ricardo Llinás, integrante de nuestro taller, sobre el libro distinguido en diciembre pasado con el Premio Herralde de novela. Sea la oportunidad para felicitar a Antonio Ungar, quien desde sus inicios ha hecho parte de la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa y a quien debemos en buena parte su concreción.

Por Ricardo Llinás
llinasiano@gmail.com


Por primera vez un colombiano gana el premio Herralde de novela. El privilegio fue para el joven escritor Antonio Ungar (quien es tutor de los talleres de Renata). En esta lista compartirá lugar con nombres de la talla de Javier Marías, Roberto Bolaño, Enrique Vila-matas y Juan Villoro.

El premio fue otorgado por el libro Tres Ataúdes Blancos. Una novela que cuenta la historia de un marginal tomador de cócteles al que se le encomienda la tarea de suplantar a un líder de izquierda que se perfila como el futuro presidente de Miranda, el trasunto de cualquier país de América Latina. Lorenzo, así se llama este hombre, se verá envuelto en una cantidad de problemas a raíz de semejante trabajo. El lector encontrará una trama policiaca, una historia de amor, pero sobre todo una novela política, una novela moral sobre las ridículas formas de gobierno de los países del cono sur.

La historia retoma la tradición de la novela de dictaduras en América Latina, pero esta vez a través de la representación cómica de los hechos. La novela juega con los planos de realidad, es un país de ficción, una representación, pero por eso mismo más efectiva.

Durante el desarrollo de la trama se muestran todos los recursos que el poder emplea para manejar la opinión de las personas, ordenarles —como lo hace Pozzo con su esclavo Lucky en Esperando a Godot de Beckett—, en qué momento deben moverse e incluso en qué momento deben pensar. Para lograr esto, el mayor recurso es la televisión. A través del personaje el lector verá los noticieros de Miranda, cómo se las arreglan estos para minimizar las atrocidades del tiranuelo, elevar su figura, distraer con noticias deportivas, celebrar los triunfos militares, y hasta cometer una que otra falta aritmética en la que el número de bajas de guerrilleros supera el número de guerrilleros existentes, esto sin que nadie se de cuenta, o lo sepa todo el mundo pero al fin de cuentas este error ontólogico no le parezca de importancia a nadie.

Después de lo que tuvimos que vivir en Colombia en los últimos ocho años uno no puede dejar de sentir que es un libro necesario, que le da voz a todos lo que no pueden ser escuchados, que menciona todas esas cosas que uno ha querido decir siempre.

La historia presenta una ventaja frente a las últimas que se han escrito en nuestro país sobre nuestra realidad, como El Olvido que Seremos y Los Ejércitos. Dicha ventaja no es otra que la de recurrir al humor, uno se reirá durante toda la lectura, y esta ironía hace que el mensaje llegue mejor. Al tratarse de una nación irreal, Miranda, el país en donde ocurren los hechos, termina siendo una ficción en la que uno no puede creer lo que está pasando, pero el desenlace de la novela nos muestra que este país imaginario representa cosas reales. En ese momento el lector entenderá la intención de la novela, mostrar que, aunque parezca mentira, así suceden las cosas por estos países. En esto cumple Ungar con el parámetro que dicta García Márquez de que la literatura debe hacer verosímil lo falso y hacer increible lo real.

La novela se lee de un tirón y —repito—, uno no para de reírse, pero al final, al cerrar el libro, cada risa nos cobrará una cuota de dolor y de tristeza que demoran en pasar.

Una sesión muy leída


Con este texto, elaborado por uno de los más jóvenes integrantes del Taller, recientemente vinculado, retomamos nuestras bitácoras. La temática concernía a la importancia de la lectura en la formación del escritor y, bueno, esperamos continuar juiciosamente con este ejercicio semanal, sin perder la brújula.




Tercera sesión

(2 de abril de 2011).

Por Daniel Carbonell Parody

Aquella tarde, a eso de las 2:10 p.m., fuera del salón nos encontrábamos Rubén Darío, Charles y yo. Hablábamos de lo cuantioso del premio por el concurso de La Cueva que, sin decirlo, considerábamos también irreal. Comentamos vagamente sobre la lluvia que inauguró abril en cierto sector de Barranquilla, y, luego del reposo por el calor, nos zambullimos, junto a los demás talleristas, al frío del salón.

Adolfo, que dirigió y enfocó lo tratado en la sesión, se había adelantado y tenía escritas en el tablero unas cuantas líneas de un plan. Entre ellas una verdad innegable: para hacer literatura, hay que leer literatura. Lo mismo que para hacer un mapa se deben tenerse nociones —qué importa si mínimas, pero tenerlas— del dibujo, de la ubicación y de la lógica. En otras palabras, hay que conocer, reconocer, alimentarse, volverse a alimentar y, finalmente, hacer digestión (metáforas en cápsulas son vitamínicos y favorecen la asimilación de lo ingerido).

El primer escalón fue el texto "Felicidad clandestina", de Clarice Lispector, que cuenta las mini-desventuras consecutivas —mas no eternas— de una niña amante de los libros que se ve flagelada por la negativa de su compañera de estudios, una niña gorda, baja, pecosa e hija de un librero, que le promete un libro magistral para hacerla ir a su casa y nunca entregárselo, torturándola. Al final, la madre de la desalmada descubre la maldad de su hija y la sanciona, otorgándole a la narradora el premio a la perseverancia: el susodicho y tan aclamado pedazo de literatura.

Se habló, entre otras cosas, de la presencia de un profano (antagonista) y de un artista (protagonista). “Lo que ocurre con el personaje de Lispector evidencia la situación que debe enfrentar un creador en el comienzo de su formación, esto es, el choque contra un principio de realidad infranqueable. El abierto contraste físico y psicológico entre la pequeña narradora y la hija del librero parece ejemplificar esta oposición”. En literatura, el protagonista es uno y el antagonista un andén no visto, una taza de café sobre la camisa, un gato conspirador o hasta el precio mismo de un libro.

La temática tratada en la sesión referente a este texto fue sumamente enriquecedora y provechosa, por lo que el análisis se extendió el primer par de horas. Las interesantes teorías psicológicas, sociales y culturales propuestas por “esta pequeña alegoría” dan, de seguro, más de qué hablar. Y estos párrafos jamás dirán más que el texto y el análisis en sí.

Entonces el intermedio a las 4:00 p.m., entonces el convertirse en felinos salvajes —pero educados, ¿eh?— frente a la mesa del café, entonces el comentarnos de Isabel sobre ese libro que adornó su infancia pero que ahora, en su madurez, no considera tan bueno; entonces mi aprovechar la oportunidad y recomendar a Sabines con el abrebocas de "Te quiero a las diez de la mañana".

"Por qué leer los clásicos", del escritor Ítalo Calvino, era el título del siguiente texto a tratar. A medida que se hacía la lectura conjunta —un párrafo tú, amigo; un párrafo yo, gracias— se iba explicando y dimensionando cada punto del atractivo “decálogo más cuatro”. Las catorce definiciones se pueden clasificar en categorías o grupos, de los cuales considero más contundentes los dos primeros. Los clásicos poseen una trascendencia tanto individual como cultural. Tienen la cualidad especialísima de marcarnos, de dejar huellas como pasos de fuego, de trazar una suerte de camino.

Dice en particular Calvino que las relecturas de los clásicos en la adultez suponen un nuevo descubrir y un encontrarse con ignorados “detalles, niveles y significados más […]. Por eso en la vida adulta debería haber un tiempo dedicado a repetir las lecturas más importantes de la juventud. Si los libros siguen siendo los mismos (aunque también ellos cambian a la luz de una perspectiva histórica que se ha transformado), sin duda nosotros hemos cambiado y el encuentro es un acontecimiento totalmente nuevo".

Por otro lado, en cuanto a la trascendencia cultural de un libro —que según, se convierte en clásico—, nos dice otra vez Calvino que trae la estampa “de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje de las costumbres)”. Son, por tanto, joyas hechas de papel y tinta —presumiblemente—, tesoros. Está el caso de Cien años de soledad que sigue siendo, a pesar de los años, el mejor espejo donde podemos intentar, los latinoamericanos, explicarnos.

La pregunta final fue, por supuesto, "¿por qué leer los clásicos?" La respuesta no es otra que leer los clásicos, es mejor que no leer los clásicos.

Luego del fructífero análisis de los textos, algunos talleristas tuvimos la oportunidad de compartir nuestros trabajos —los que estaban pendientes: la tarea de la primera sesión—. Hubo sorteo. Adolfo pareció estar iluminado y sacó un cierto número de naipes, los repartió y los favorecidos recitaron en este orden: Fred, que obtuvo el as, leyó un poema sobre el enamorarse de la persona incorrecta —una asesina en serie, ¡por Dios!—; yo, un poema sobre los clichés y lo trillado; Charles, una historia desamorosa sobre una María a la que le entran tres balazos en la cabeza; Sofía —a mí me pareció prosa poética—, sobre los deseos pasivos de muerte y lo que se alcanzaría con ésta. Entonces llegó el profesor Silvera, entonces saludó y saludamos, entonces se sentó y procuramos que los ojos de nuestras espaldas no lo miraran.


Finalmente, fue el turno de la señora Ana Julia, que leyó una historia sobre el desbordarse de un Torrado desde su adolescencia hasta su adultez. Entonces comentamos y el profesor comentó, entonces los espasmos y el dar por terminada la tercera junta, maravillosísima. Nos levantamos de los puestos y empezamos a salir al compás de esa bulla de los pasos. Unos hicieron llamadas para planes after y otros fueron a sus casas, pero en cuanto a mí… no diré cómo terminó. Quizá me fui a no continuar con alguna actividad literaria, o a tocarle la espalda a alguien, o a esperar. ¡O a las tres! El caso es que se rió y me reí bastante.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Más transpiración que inspiración

Juntar la grandeza o los esplendores de una idea con el cerco burilado de una combinación de letras; lograr no escribir como los papagayos hablan, sino hablar como las águilas callan; tener luz y color en un engarce, aprisionar el secreto de la música en la trampa de plata de la retórica, hacer rosas artificiales que huelan a primavera, he ahí el misterio.
Rubén Darío

A propósito del tema estudiado en nuestra primera sesión oficial del presente año, traigo a colación este fragmento de uno de los poetas más insignes de nuestra lengua -no falta quien lo proponga como el mejor-, nacido, por demás, muy cerca, en Nicaragua. Es bueno considerar la edad de Darío al plantear estos principios, pues contaba con tan solo 21 años. Sin embargo, ya era consciente de la importancia del trabajo en la consecución de una obra. Pocos meses después de publicar lo anterior, aparecería Azul..., el libro que marcaría todo un derrotero para los autores de América Latina y que, en últimas, constituía en sí la aplicación de estos principios.

Para promover la discusión, a pocos días de nuestro próximo encuentro, los invito a participar con sus observaciones respecto a este fragmento y a los textos de Thomas Lynch, José Félix Fuenmayor, Jorge Luis Borges y Charles Baudelaire que propusimos para el estudio y, desde luego, todos los demás que estos les evoquen. Queda abierta, entonces, esta nueva sección de nuestro blog, por lo pronto llamado Biblioteca, en atención a que en ella se trata de comentar los textos de los escritores que sustentan el Taller a manera de foro.

A. S. A.

viernes, 4 de marzo de 2011

Resultados Convocatoria 2011

El Taller Literario "José Félix Fuenmayor" saluda gratamente a sus nuevos integrantes, cuyos nombres se relacionan a continuación:



Ana Cepeda Cepeda

Blanca Patarroyo Vanegas

Carlos Rebimbas Quintero

Carolina Dahmen

Charles Castro Guzmán

Cindy Rueda

Daniel Carbonell Parody

Eliana Pabón Polo

Fred Ávila Molina

Gabriel Rangel Núñez

Indira Prego-Ravenau

Isabel Acuña Caballero

Johnny Campo

Juan Cortés Quintero

Mariangela Mercado Salas

Matilde Villamizar de Robayo

Oswaldo Cantillo Rojas

Rubén Salcedo Julio

Samuel Rosero Álvarez



Como habíamos anunciado en la convocatoria, esperamos conocerlos personalmente en nuestra próxima sesión, a realizarse el sábado 12 de marzo en el salón # 1 del Centro Cultural Comfamiliar (Carrera 54, calle 59) a las 2 P.M.

¡Bienvenidos!

miércoles, 16 de febrero de 2011

Un tipo difícil

Por Naudín Gracián Petro

(A propósito del reciente fallecimiento de David Sánchez Juliao, su paisano y también escritor, Naudín Gracián Petro (Montelíbano, departamento de Córdoba, 1967) redactó, a manera de homenaje, estas palabras que contribuyen a delinear el retrato del reconocido autor del Caribe colombiano)

Bajo la sorpresa y estupor ante su muerte reciente e inesperada, quiero referirme a algo que normalmente no se menciona vecino el deceso de un personaje reconocido como lo fue David Sánchez Juliao: el aspecto más negativo suyo, aquel en el cual la gente que no lo quería (mucho de nuestro odio es producto de la ignorancia) más hincaba sus dientes cuando estaba vivo, el mismo del que nadie habla luego de que ha muerto. Me refiero a que era vox populi que David era un tipo creído, de difícil acercamiento.

Siempre que alguien me lo decía, y me lo dijeron muchas veces, yo sentía cierto orgullo, esperanzado en que fuera verdad, porque eso me daba cierto toque especial, me apartaba un poco del montón: de la mucha gente que supuestamente no alcanzaba a entrar en su círculo de afecto, aunque lo intentaran. Porque sucede que David Sánchez Juliao me ofreció su amistad como si no se diera cuenta, como si nunca hubiéramos estado sin conocernos.

Resulta que por el año 2002 o 2003 llegó a Montelíbano a dictar una de sus afamadas y disfrutadas charlas sobre lo importante que es el hecho de que nos sintamos orgullosos de lo que somos. Asistí como un parroquiano más, conocedor, eso sí, de parte de su obra grabada, escrita y televisada. A la salida vencí la timidez para acercármele y pedirle un favor que uno, sabedor de cómo son las cosas con los escritores reconocidos, casi nunca hace: que leyera algo, aunque fuera unas pocas páginas, de Las razones de Teresa, una novela que entonces escribía con cuatro estudiantes de bachillerato, en un experimento que empecé con poca fe pero que ya entonces me tenía entusiasmado. Entre el montón de fanáticos y noveleros que querían untarse de su gloria, tomándose una foto con él o simplemente acercársele para que la gente los viera a su lado, me dijo un “Claro que sí. Ni más faltaba”, que yo, naturalmente, no creí sincero. Para mi sorpresa, a los pocos días se comunicó conmigo para hacerme llegar un respetable texto sobre la novela inédita que le entregué. Para mayor sorpresa, a los pocos días me llamó diciéndome que estaba en Montelíbano y que había ido para que habláramos y le presentara a los jóvenes coautores de la obra. Fuimos a la casa donde se hospedaba, y como tenía inconvenientes para concentrarse en su charla con nosotros, salimos y caminamos por las calles de Montelíbano, nos sentamos en el parque central y hablamos rodeados por los coteros, transeúntes, transportadores y vendedores ambulantes que frecuentan este sitio: parroquianos cualesquiera disfrutando el aire libre.
De manera que con David la cosa fue al revés de lo normal: en vez de haber hecho una presentación de mi obra por el hecho de ser amigos, nos hicimos amigos gracias a su sensibilidad hacia una obra mía que le gustó.

Luego me llamaba para hablar sobre literatura y sobre nada, algunas veces me decía que porque le sobraban minutos del plan: fue la primera vez que se me calentó la oreja hablando más de 30 o 50 minutos seguidos por celular.

Un día me llamó un señor que yo no conocía, para comunicarme que era el dueño de una prestigiosa librería y que le haría el lanzamiento de su reciente novela de entonces: Dulce veneno moreno, publicada por Planeta. Me manifestó que el escritor había pedido que me contactaran porque quería que fuera yo quien presentara su obra. Así tuve uno de mis 15 minutos de gloria porque, ante unas 500 seguidores, más algunas personalidades, los medios y las cámaras, en una región en la que quien cuente con más de 50 personas de público en un acto cultural debe darse por bien servido, presenté su novela. (Recuerdo que, en esa ocasión, una alta autoridad de la cultura departamental pensó que yo me había equivocado sentándome en la mesa principal).

Y cuando volvió a Montelíbano me llamó, se salió del asedio de quienes lo habían llevado como una personalidad, para simplemente tomar gaseosa y para que habláramos; y cuando venía a Montería me llamaba para ver si nos veíamos (algunas veces no pude), y me consultó con años de anticipación su idea de lanzarse al Senado, y leía los textos míos que aparecían en la prensa y me escribía sobre ello, y leyó varios libros míos inéditos, y me enviaban ejemplares de sus obras grabadas y escritas, casetes, discos compactos de sus charlas. Y como la gente seguía diciéndome que era un tipo orgulloso, impenetrable, elitista, me preguntaba qué encontraba David en mí para su gesto espontáneo de ser mi amigo, o por qué razón la gente decía lo que decía de él.
Recientemente, me había hablado de un pecadillo secreto suyo, que casi le causaba vergüenza: escribía poesía. Me comentó de su interés en publicar un librito de poemas, pero en una edición algo clandestina, en Lealon, para los amigos. Quería una edición personal, pagada por él para que no se supiera mucho. Y, sí señor, hace poco me envió, impreso a computador, su libro de poemas, dizque para que yo se lo corrigiera y le indicara cosas para trabajarlo, pues confiaba en mi buen criterio. Alguien seguramente encontrará ese texto rayado y comentado atrevidamente por mí, bajo el ala protectora de su incentivación a que le encontrara defectos. Y se los encontré, aunque seguramente no existieran.
Y ahora que con seguridad no recibirá sino elogios, a su obra y a su persona, vuelvo a sentir la esperanza de que en realidad haya sido orgulloso, elitista, una persona impenetrable, porque eso me convertiría en una persona excepcional, ya que recibí su afecto sin que nunca haya sabido por qué. Tal vez porque en realidad era su forma normal de tratar a la gente.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Va el cuento, sigue el cuento


Con una diferencia exacta de 44 días, el ya lejano 16 de diciembre y el aún reciente 29 de enero, en eventos efectuados en las ciudades de Barranquilla y Cartagena, respectivamente, tuvimos la oportunidad de presentar nuestras antologías, Así va el cuento y El cuento sigue. Fueron eventos particularmente emotivos y, pienso, inolvidables, para varios o cada uno de los integrantes de nuestro Taller allí reunidos, que así daban a conocer sus trabajos, unos por primera vez y otros, por segunda, tercera o cuarta ocasión, cuando no más.

Fuera como fuere, esa embriaguez que produce el papel nuevo y la tinta fresca fue incrementada con la presencia de algunas personas que por diferentes motivos nos acompañaron y a quienes considero justo agradecer. Me refiero, en especial, a la secretaria de cultura, patrimonio y turismo, Diana Acosta, y al escritor Guillermo Tedio, en Barranquilla; así como a Víctor Bravo Mendoza, director del Taller RENATA Guajira, en Cartagena.

Aparte del importante aval que la Secretaría de Cultura, Patrimonio y Turismo de Barranquilla ha brindado durante los tres últimos años al Taller, la intervención de Diana, en la sala múltiple del Teatro Amira de la Rosa, fue marcada por una espontaneidad ajena a las actitudes que suelen tomar los funcionarios públicos en este tipo de actos y constituyó una sorpresa que, no obstante ruborizarme por el inesperado reconocimiento que me hizo, fue sobre todo la confirmación de que nuestro cuento va y sigue. Así, además, lo reafirmó el cuentista Guillermo Tedio al comentar el argumento de cada una de las historias que integran el segundo de los volúmenes presentados y, dadas, aparte de todo, las competencias que le son propias, puedo considerar su sola presencia como una garantía para que siga y vaya éste, nuestro cuento. Víctor, por último, en Cartagena, invitado a última hora, constituyó, sin embargo, el espaldarzo que necesitábamos allá, en esta repentina presentación que aprovechamos de la ocasión calva. En ese precioso y confortable espacio de la librería Ábaco, su voz generosa contribuyó a seguir con nuestro cuento: a hacernos ver que no era un despropósito presentar nuestros humildes, pero esmerados textos, en el marco del prestigioso Hay Festival: a ir con cada uno de nuestros autores incluso hasta más allá de las mil y una noches que soportó la más obstinada de las narradoras para seguir viviendo y contando.



Arriba: G. Tedio, Luis Mallarino y el director del Taller; Abajo: Presentación en Librería Ábaco, Cartagena, enero 29 de 2011

Pero sin duda quienes cuentan por encima de todo, quienes deben ser considerados desde ya en el escenario de las nuevas letras del Caribe colombiano y del país, son precisamente los autores de estos libros: Adela Renowitzky, Adolfo Ceballos, Angélica Rugeles, Alberto Alandete, Alberto Cortes, Christian Barandica, Claudia Lama, Danibes González, Fanny Martínez, Katheryn Meléndez, Katia De la Cruz, J. Luis Moya, José Fontalvo, Lorena García, Luis Mallarino, Luz Helena Arroyo, María M. Rojas, Mario Linero, Mayra Mola, Mayra Díaz, Miriam Crespo, Patricia Lemus, Pedro Losada, Ricardo Llinás y Stewil Vega. Ellos y ellas ya van. Y siguen.



Mayra A. Díaz, Adela Renowitzky y Alberto Cortés De los Reyes
Teatro Amira de la Rosa, diciembre 16 de 2010