jueves, 28 de mayo de 2015

EL PENÚLTIMO ROUND


Bitácora de la sesión del sábado 16 de mayo
Por: Andreis Camero

Un amague de lluvia en el cielo a las dos de la tarde amenazaba con dañar la partida, la promoción del combate ya navegaba en la red. Los espectadores, como de costumbre, empezaron a llegar a cuenta gotas, hasta que fueron un número respetable y coherente con esta contienda literaria.

Lo primero que salió al cuadrilátero, antes de la pelea, fueron agradables comentarios sobre Una triste aventura de 14 sabios, novela corta de José Félix Fuenmayor, que narra a su vez un cuento cuyo autor es un  personaje llamado el señor Currés, quien aprovecha una discusión sobre la sabiduría, para leer su historia a un público que va cambiando a lo largo del texto. Esto parecería un relato convencional a simple vista; sin embargo, lo ingenioso de la cuestión, es la capacidad del autor para presentar sus opiniones sobre el arte de narrar, y las distintas dificultades que debe afrontar un narrador para poder contar una historia que logre por lo menos ser funcional. Aunque a muchos no les gustó el final del cuento narrado por el señor Currés (Patricia encontró aparatoso la conversión de uno de los sabios en hechicero negro, y a Andreis le pareció poco creíble la muerte de Cabrillitas el piloto fortachón del aeroplano), todos coincidimos en la gran capacidad de Fuenmayor para exponer sus percepciones e interrogantes sobre el arte de narrar.

Con el pasar de los minutos, los sorbos de café, los silencios repentinos, el ruidoso aire acondicionado que empezaba a enfriar demasiado, la expectativa y la tensión por el combate iban en continuo aumento.

Antonio Silvera nos presentó el microrrelato Pequeños cuerpos, de Triunfo Arciniegas. Lo escribió en el tablero mientras los espectadores conversábamos sobre la posibilidad de realizar un texto cuyo argumento fuera otro texto; en el caso del microrrelato, amplificar las posibilidades narrativas que el autor original nos presenta. El cuento Pequeños cuerpos, por ejemplo, constaba tan solo de tres frases y veintidós palabras, volumen suficiente para desarrollar toda la historia que, sin duda, es alimentada por la mirada del lector. La propuesta era clara; construir a partir de lo ya establecido, y desarrollar un texto que tuviera como punto de partida, el microrelato. Por supuesto que el ejercicio también funciona a la inversa; reducir una historia mucho más amplia a su mínima expresión, apartando cualquier posibilidad de adorno retórico o estético, y limitándose a contar el suceso sin perder la tensión, ni la funcionalidad del texto como relato de ficción.

Recuerdo que este último ejercicio lo realizamos el año pasado. El cuento elegido en aquella oportunidad fue El milagro secreto de Jorge Luis Borges. Entonces algunos asumimos con entusiasmo el reto conociendo la dificultad de encontrar algo que cercenar en la obra tan precisa de Borges. Yo aún no termino de escribir mi versión.

En fin, el tiempo pasaba y ya era inminente el comienzo de la contienda. El primero en llegar fue el retador:Adolfo, quien se encontraba mezclado en el público. Pedro llegó un poco más tarde mascando un chicle. La mesa estaba servida, en el cuadrilátero literario Silvera oficiaba de juez, mientras la multitud minoritaria esperaba con ansias el comienzo del primer round.

Los dos contrincantes, en una de esas sesiones posteriores al taller, se habían retado a escribir un cuento sobre Hemingway, y después de organizarlo todo, al fin estaba el escenario perfecto para que sucediera.

El primero en subir a exponer sus armas literarias fue Adolfo, su texto se titulaba “Al calor de la tarde”. Desde el principio el cuento entró con un epígrafe impactante, del nobel estadounidense. Luego comenzamos una historia con el estilo riguroso que caracteriza a Adolfo. Todo comenzó con el despertar de un mal sueño, después, la búsqueda de una botella de whiskey por toda la casa, al tiempo que se alternaba con algunos recuerdos de la vida del futuro suicida. Aunque ya conocíamos el desenlace de la historia, era inevitable conmoverse con la narración y sentir un poco de lástima por ese pobre viejo que, finalmente termina recordando que no es un trago lo que busca sino una escopeta. Adolfo no nos narra en detalle el momento específico de la muerte, pero deja a un hombre medio borracho y con problemas mentales, portando una escopeta y en la búsqueda de segar para siempre su gloriosa existencia.

Los golpes a Adolfo no llegaron de su oponente, sino del mismo público: que el autor no fue capaz de explorar la fuerza emocional del acontecimiento, que más que un cuento simplemente estábamos ante la presentación detallada de la última hora del escritor de Los Asesinos. Claudia mencionó un detalle supremamente importante para cualquier narrador: en el espacio que transcurre desde que el personaje se levanta de la cama hasta el momento en que se suicida solo realiza tres acciones, que en perspectiva de Claudia, son demasiado escasas, para todo lo que nos cuenta el narrador del personaje.

Llegó entonces el momento de Pedro. Su texto se titulaba “Y también había un lápiz”. El narrador parte de la mudanza del personaje a Estados Unidos proveniente de Cuba, y con la promesa a su mujer de sacar el alcohol de su vida. La narración presentada por Pedro, ofrece una visión mucho más íntima y matizada de los últimos momentos del personaje. El progreso de su delirio que lo lleva a actuar como si viviera en algunos de sus cuentos, haciendo referencias precisas y citas a los mismos, la constante alusión a la máquina de escribir, y finalmente su suicidio, encerrado en el cuarto de armas, constituyen el cuerpo de este relato.

Al finalizar la lectura los golpes no se hicieron esperar, para todos fue evidente que el título no coincidía mucho con lo narrado a lo largo de la historia (el autor explicó después que Hemingway solo podía escribir a lápiz), además, el texto no tenía mucho orden desde el punto de vista formal, algo en lo que sí era fuerte el texto de Adolfo.

Ya al caer la tarde, el juez determinó el empate técnico, mas allá de los calores y apasionamientos del público, los dos peleadores se dieron la mano, y antes de marcharnos, Pedro entrego al público un paquete de copias, con el título Los Asesinos, cuento escrito por Hemingway. En ese instante todos supimos que este reto, aún no había terminado, y solo habíamos llegado al penúltimo round, porque la literatura siempre ofrece una oportunidad para seguir peleando.

viernes, 1 de mayo de 2015

Los mismos asuntos

Bitácora de la sesión del dieciocho de abril de 2015

Por Domingo José Bolívar Peralta


Luego de las indispensables conversaciones ligeras sobre cualquier cosa, Antonio Silvera Arenas aterrizó el coloquio en un nombre: Gabriel García Márquez. Que su obra tiene de esto y de aquello, de fulano y zutano... Influencias que siempre se están rastreando en todo lo que escribió, interpretaciones que, como recordó Andreis lo ocurrido a Julio Cortázar en una entrevista, incluso sorprenden a los autores.

Y la discusión en torno a las influencias del autor y las interpretaciones de su obra, fue rica en participación y puntos de vista que no siempre fueron convergentes. Silvera se esforzó en demostrar lo determinante que fue la influencia de José Félix Fuenmayor para que García Márquez contextualizara sus historias en el Caribe y en la utilización de un lenguaje, de una forma de contar, más propio del caribeño. Hizo mención, a su vez, de la polémica generada cuando Jorge García Usta se enfrentó a Jacques Gillard por la prominencia que este último le dio a Barranquilla como ciudad de formación literaria del hombre del liqui liqui, en detrimento de Cartagena, donde Gabo trabajó como periodista y conoció personajes que también le abrieron puertas en el mundo de la literatura.

Y en este asunto de influencias e interpretaciones desfilaron ante nosotros Kafka, La Biblia, lo descabellado, Faulkner, Cepeda Samudio, el inconsciente, Sófocles, Harold Bloom, Rafael Escalona, los chinos, Eduardo Carranza, la subjetividad... Me pregunto si El Tuerto López le guiñó el ojo mientras estuvo en Cartagena (o antes, o después. O antes, durante y después).

Luego nos pusimos las piernas de Caterine Ibargüen para saltar de Macondo a la Isla Esmeralda. Seamus Heaney habla de tres generaciones (abuelo, padre e hijo) que trabajan con las manos; los dos primeros cavan la tierra con la pala, el tercero cava en el ser con la pluma. Entonces volvió el juego de las suposiciones: las influencias, las interpretaciones. Jean Arthur Rimbaud había dicho “La mano en la pluma vale tanto como la mano en el arado”, o “La mano de pluma vale igual que la mano de arado”, o “La mano que maneja la pluma vale tanto como la que conduce el arado”. Silvera hizo énfasis en la naturalidad con que se expresa Heaney, la forma de tratar temas complejos desprovisto de grandilocuencia, desde escenas sencillas de la vida cotidiana. Tan sencillo que parece fácil, pero no; en literatura la sencillez suele ser difícil, una cosa es la sencillez y otra muy distinta la ramplonería y lo descuidado. Ah, también analizamos un poco, con este poema, las sutilezas que se pueden perder en las traducciones, en especial cuando se trata de poesía (ahí está el ejemplo en tan sólo una frase traducida del francés al español).

Nuestro director tuvo que irse, mas nos dejó en “La mano extendida” de Juan Miranda. Este cuento, leído por su mismo autor, tiene esa frescura que caracteriza a las narraciones de Juan. Trata de un boxeador fracasado y pillo, que un día descubre lo beneficioso que resulta pedir limosnas; mas nada en esta vida es regalado, así que tiene que enfrentarse a situaciones complicadas para seguir ejerciendo su respetable profesión, como cambiar de domicilio laboral y de personaje (de mudo a tembeleque).

Al finalizar nuestro apreciado compañero su lectura, como es costumbre y fue solicitado por Juan, los demás asistentes comentamos su texto y dimos algunas sugerencias para afinarlo. Entonces surgió otra controversia: la de qué tan válido o no es ubicar un relato en una ciudad tan particular como Barranquilla, el uso de las jergas propias de los barranquilleros, la mención de lugares... Más no quedó en esto. También se habló de las dificultades inherentes al utilizar un narrador en primera persona, de lo que es un estilo personal... En fin, se habló de literatura: los mismos temas que se repiten una y otra vez, siempre vistos de manera diferente, en contextos diferentes; siempre cautivadores, polémicos. Es todo esto, me parece, razón suficiente para luchar contra el Universo cuando conspira no a nuestro favor (lástima que no sea siempre a nuestro favor, como dice Coelho), cada sábado (admito que he perdido demasiadas veces la pelea), y volvemos al ámbito donde es posible encontrarnos con los grandes literatos y compañeros de taller.

Otra cosa: Juan Miranda nos presentó el libro que fue escrito por niños del taller que él dirige en Puerto Colombia y Salgar. De lo que llevo leído hasta ahora, hay un cuento que me ha llamado muchísimo la atención, escrito por Tatiana Cabrera Conrado, de 13 años de edad. El cuento se titula El sapito que comía princesas. Hay causticidad en ese cuento.

Como es habitual desde hace ya un tiempo, el taller se prolongó un poco más en la tienda.

Para finalizar, comparto con ustedes dos enlaces que tienen que ver con nuestros dos primeros autores leídos y discutidos: Gabo y Heaney.