jueves, 31 de octubre de 2013

BITÁCORA EPISTOLAR (VISITA DEL ESCRITOR CRISTIAN VALENCIA)

Viernes 25 y sábado 26 de octubre

Querida María Margarita:
¿Sabes qué hizo falta en la visita que recibimos la semana pasada del escritor Cristian Valencia? Las fotografías: sin duda, tú y tu Kodak fueron dos grandes ausentes. Ya estamos acostumbrados a que, en medio de la tertulia, revolotees por el salón buscando los mejores ángulos y registrando cada momento. Es una lástima que no hayas podido asistir, no sólo por las fotos, sino porque te perdiste de escuchar cosas muy interesantes. ¿Sabías por ejemplo, que en Buenos Aires los perros no ladran? ¿Que una iguana en el mercado negro puede venderse en treinta y cinco mil pesos? ¿Que alguna mañana, en las playas de Cartagena, un gringo quiso comprarle a una palenquera la ponchera completa de frutas y ella se negó porque no quería quedar desocupada el resto del día? Sí, todas estas cosas nos las contó Cristian, con ese encanto suyo tan  particular, mezcla de caribe y paisa —nunca de cachaco, diría yo—que lo hace un conversador tan agradable.
“Turismo para residentes” fue el título de la charla que tuvimos con Cristian el viernes en el casi desocupado Salón Múltiple del Teatro Amira de la Rosa. Empezó hablándonos de la experiencia como observador que había tenido esa misma tarde, en el parque ubicado frente a la Biblioteca Departamental. Un lugar por el que tú y yo hemos pasado muchas veces sin detenernos a mirar detalles, más bien hemos apurado el paso mientras apretamos el bolso contra el cuerpo. Mirar a tu propia ciudad como si fueras un turista, es un consejo que nos da Cristian. Todas las ciudades están llenas de historias y en vez de caminar rápido por el mundo, el escritor debe ver la gracia de la realidad que nos habita. Para encontrar esa realidad debemos deshacernos ante todo de los clichés: no todos los que caminan por el parque San José quieren robarnos la cartera. Tal vez haya algún  ladrón dando vueltas por ahí, pero si vamos a escribir sobre él, no podemos marcarlo con la simple etiqueta de ladrón. Encontrar al ser humano que hay debajo de esa etiqueta, es la labor de un buen escritor, quien tiene la misión de asombrar a los lectores con su forma de ver el mundo.
A estas alturas te estarás preguntando qué mosca me habrá picado, por qué carambas te estoy escribiendo esta carta. Ya lo verás.
La sesión del sábado empezó con la lectura de un fragmento de Memorias por corrrespondencia, un libro de Emma Reyes, en sí una recopilación de veintitrés cartas que esta pintora bogotana le envió al escritor Germán Arciniegas entre 1969 y 1997, en las cuales le cuenta con una sencillez admirable la difícil infancia que le tocó vivir junto a su hermana, Elena, en un barrio del sur de Bogotá.  Nos dijo Cristian que este libro ha sido todo un suceso editorial, y no es de extrañar, ya que esta mujer que aprendió a leer a los doce años, a través de estas cartas logra rescatar, con un lenguaje sin pretensiones y exento de todo moralismo, la voz de la niña que fue, y relatar las durísimas circunstancias en que transcurrió su niñez a comienzos del siglo XX. Buen libro. Pero aún mejor fue el consejo que se derivó de él. Para contar una historia, puedes imaginar un corresponsal, alguien a quien dirigir tu relato —como si fuese una carta—, de esta forma, poniéndole una cara al lector, se logra un lenguaje más natural y fluido. Es lo que he tratado de hacer aquí (discúlpame si no lo he logrado, entiende que es mi primera vez, y tú sabes que la primera vez suele ser complicada).
Como la idea es que la historia sea completa, te contaré que se tocaron otros temas como: el auge que está teniendo la crónica en Colombia en los últimos años y los pocos espacios que ofrecen los medios para publicar este tipo de escritos; la reciente popularidad en el país, de algunos autores japoneses como Hiromi Kawakami y sus historias sencillas, y los excelentes libros de la escritora cartagenera Margarita García Robayo.  Sin duda, Cristian también está atento a las novedades.
Luego vino nuestro turno de leer. Empezó Juan Miranda, con uno de esos textos que le salen tan bien, un cuento con sabor a mar, a sal, a paseo en tren, a Puerto Colombia.  El título —que Cristian le sugirió cambiar porque no se compadecía con el encanto de su relato— fue “El recuerdo de don Diego”. Después siguió Adela con “Marrero”, historia basada en un recuerdo de su niñez. El turno siguiente fue para Fanny quien nos dejó con las ganas, ya que, según opinión de Cristian, terminó el cuento muy rápido y todos queríamos saber más de la rebelde Aurora y su tía madrina.  En seguida pasé yo al banquillo y leí un cuento, aún sin título, acerca de una empleada doméstica y un vecino muy particular, historia que, entre otras cosas, hirió la susceptibilidad de algunos caballeros presentes, que ya están en los cincuenta o se acercan a esta temible edad (seguro que te habrías reído si hubieses estado allí). Finalmente Viviana leyó un texto recién salido del horno, titulado “El látigo de las bestias”, el relato de un mundo al revés,  o mejor dicho de un pueblo al revés, donde las mujeres trabajan, se emborrachan, dan serenatas y son infieles, mientras los hombres se quedan en casa cocinando y cuidando a los niños. No me vas a negar que esta historia hubiese sido como un “fresquito” para tu espíritu feminista. Sí… te conozco Margarita, como diría Rubén Blades.