jueves, 31 de mayo de 2012

Entre Fuentes y Homero

Por Adolfo Ceballos Vélez
(Bitácora de la sesión del 26 de mayo)

En esta ocasión, iniciamos la jornada escuchando un breve documental emitido por la emisora cultural y virtual HJCK de Bogotá, en el cual se hacía un recuento de la vida y obra del escritor mexicano Carlos Fuentes, fallecido el pasado 15 de mayo.
Oímos del propio escritor acerca de su incansable lucha por hacer del lenguaje un instrumento de manifestación contra el olvido, y la reivindicación de la historia latinoamericana. Que era necesario hacer de la literatura un medio vinculante, que permitiera rescatar aquello que calla la historia, sobre todo la nuestra: llena de olvidos, manipulaciones, secretos y engaños. Servir, en suma, para reflexionar sobre nuestro pasado —imaginándolo, pues está lleno de novedad— y obtener así una conciencia de nuestro presente (real y reinventado de ese pasado), para vislumbrar la posibilidad de un futuro, que, por su misma naturaleza incierta, es susceptible también de imaginarse.
De esta forma, pasado, presente y futuro confluyen como dimensiones de la mente, que el escritor reinventa y reconstruye a través de la literatura, con lo cual, la propia literatura se hace tan real como la historia misma: legado cultural compartido por los pueblos de Latinoamérica que el escritor abre al mundo para compartirlo, sin perder su propia identidad.
Estas reflexiones se manifestaron a lo largo de su vasta obra, con títulos como: La muerte de Artemio Cruz, Aura, La Región más transparente, Gringo Viejo, entre otras, merecedoras del reconocimiento mundial, y que le valieron el premio ‘Príncipe de Asturias’, ‘El Premio Cervantes de Letras’, el ‘Rómulo Gallegos’, así como numerosos reconocimientos internacionales y Honoris Causa de las más prestigiosas universidades.
Hijo de un itinerante diplomático mexicano, Carlos Fuentes nació en 1928 (un año antes que García Márquez) y viajó por todo el mundo, pero fue desde la década de los años cincuenta, a la edad de veinticinco, cuando Fuentes —a través de su inagotable pluma— dio muestra de una lucidez política y cultural, plasmada en numerosos ensayos, artículos, cuentos y magistrales novelas. Este escritor nos deja, pues, un legado que es al mismo tiempo una denuncia y un desafío al olvido, a la pereza y al silencio:

“A mí no me interesa agradarle al lector… tenerlo contento, adormecido, ¡bastante adormecido está! —los medios de adormecimiento abundan en el mundo actual, ¿para qué voy a añadir otro elemento hipnótico más?—. Al contrario, me gustaría sacudir al lector: sacarlo de su modorra, y ayudarlo a escribir la novela conmigo. Lo cual nos conduce a una manera especial de concebir la relación entre el novelista y el lector: y la única relación que yo concibo es el de una pugna [con él]. Obligar al lector a darse cuenta de que la palabra, esta palabra que estoy distorsionando, se ha convertido en un amoneda gastada, y hay que troquelarla de nuevo para que vuelva a circular y a decir algo. (Que esta palabra ya no quiere decir nada, o quiere decir otra cosa de lo que ustedes quieren decir)… pero quiero que se detenga el lector, incluso mediante una bofetada, una injuria o una manera desagradable, [para obligarlo] a reflexionar sobre la palabra que está leyendo, o sobre la frase que está leyendo… [y] que no la pase por alto.”

Continuamos la sesión del taller, con el análisis del Canto IX de la Odisea: segunda entrega, surgida —según muchos— también de la mente prodigiosa y descabellada del mítico Homero (cuya imagen lo asemeja, cada vez más, al de un Quijote mediterráneo: viejo, loco y sabio). Así pues, nos dimos a la tarea de analizar el mecanismo narrativo que este aeda, astuto como el héroe de sus hazañas, utiliza magistralmente para exponer en boca de su protagonista, el libidinoso y temerario Ulises u Odiseo, los sucesos y desventuras que lo han llevado, junto con su tripulación, a las costas de la isla donde moran los terribles cíclopes.
Recordemos que Ulises ha sido condenado por los dioses —especialmente Poseidón— a vagar diez años por los mares que separan la derrotada Troya de su añorada Ítaca, y a sortear sin descanso incontables aventuras (la mayoría de ellas trágicas), haciendo uso de su astucia, y lo que nosotros llamaríamos ‘malicia indígena’.
En el Canto IX, nos encontramos con un Ulises que es a la vez narrador y protagonista, induciendo al lector (como si fuésemos infantes que lo escuchamos alrededor de una fogata), a explorar con él la isla de los cíclopes. Para ello, inicia su relato describiendo el paisaje y las costumbres primitivas de aquellos gigantes de un solo ojo:
«Desde allí continuamos la navegación con ánimo afligido, y llegamos a la tierra de los ciclopes soberbios y sin ley; quienes, confiados en los dioses inmortales, no plantan árboles, ni labran los campos, sino que todo les nace sin semilla y sin arada -trigo, cebada y vides, que producen vino de unos grandes racimos- y se lo hace crecer la lluvia enviada por Zeus […] No tienen ágoras donde se reúnan para deliberar, ni leyes tampoco, sino que viven en las cumbres de los altos montes, dentro de excavadas cuevas; cada cual impera sobre sus hijos y mujeres y no se entrometen los unos con los otros.»
Luego, a medida que nos adentramos en la narración, Homero (en boca de Ulises) va dosificando los elementos que harán parte esencial de la historia: las tinajas con el vino exquisito, el grupo de hombres que lo acompañan, modo de ser de los gigantes y, finalmente, la descripción de la misteriosa caverna a la que llegan, repleta de gigantescos manjares. Todo ello, sin que haya aparecido aún ni un solo cíclope. Pero, como buen predecesor de Poe, el narrador ha logrado cautivarnos de tal manera con la atmósfera y el misterio que envuelven los acontecimientos, que cuando hace su entrada el monstruoso Polifemo, ya él, Homero-Ulises, nos tiene en sus manos. Nuestro ánimo se turba ante la barbarie del gigante y la manera inmisericorde como devora de a dos en dos a los tripulantes de Odiseo. El narrador nos hace partícipe de su angustia, y aguardamos expectantes a que el héroe haga uso de su astucia para librarse de la muerte: ¿Cómo engañará a Polifemo? ¿Cómo hará para que éste abra la inmensa piedra que sella la entrada?… ¿Lograrán salvarse él y los suyos? Nuevamente, somos niños arrastrados por la intensidad del relato, hasta cuando Ulises logra escapar de la ira de un Polifemo cegado por una estaca tan afilada como la mente de quien la utilizó.
En este punto, el profesor Silvera nos invitó a reflexionar acerca de la manera como Homero logra una narración cercana al cuento contemporáneo, que se hace cada vez más intensa pese a que el narrador-protagonista —quien sabe de antemano lo que va ocurrir—, incurre en el aparente error de avisarnos que algo malo sucederá:
[…] «Mas yo no me dejé persuadir (mucho mejor hubiera sido seguir su consejo) con el propósito de ver a aquél y probar si me ofrecería los dones de la hospitalidad. Pero su venida no habría de serles grata a mis compañeros.»
Este aspecto, señala el profesor Silvera, más que restarle fuerza, hace la narración aún más atrayente, pues nos pone en alerta para desear, curiosos, que aquella desgracia anunciada ocurra. Y cuando finalmente sucede, excede tanto nuestras expectativas, pues nadie se imagina que Polifemo fuese un antropófago (palabra griega para los caníbales), y nos horroriza de tal manera la ‘naturalidad´ con que el cíclope va devorando a los tripulantes de Ulises, que nos ocurre con Homero lo mismo que con un buen mago: cuando avisa confiado cuál será su próximo truco, seguro de que quedaremos tan satisfechos y asombrados, que anunciarlo no hace más que hacerlo aún mejor.
Así mismo, analizamos cómo la disposición de los elementos en el relato está en función de la narración: las descripciones, casi impersonales, sirven para darle verosimilitud. Los elementos como las tinajas de vino, y los corderos en la cueva, están allí para ser utilizados como ardides salvadoras de Ulises, así como el hecho de hacerse llamar ‘Nadie’, cuando Polifemo pregunta cuál es su nombre.
Todas estas características hacen de Homero un gran cuentista y un imaginativo narrador.
Finalizamos la sesión con un cuento que compartió el compañero Wilson Batalla, titulado ‘El hombre comadreja’. Fue un relato leído con cierta rítmica que luego él explicó como de rap. Las frases se superponían como en una cadencia de emociones, mientras el protagonista se dejaba a hacer un tatuaje sobre la barriga, en un pequeño local, refugio provisional de las sombras siniestras de un mundo suburbano lleno de crímenes y droga.
La utilización del lenguaje procaz, y una jerga intrincada y poco conocida, hicieron del relato un texto difícil y hasta indescifrable. Por ello, la opinión general fue de mejorar el contexto del cuento y sus personajes, con el fin de que fuesen más claros y entendibles para cualquier lector. Aún así, a todos nos gustó el tono personal y diferente que tuvo la narración, con lo cual se enriquece el conjunto literario de los talleristas, quienes cada sábado compartimos una parte de nuestras almas, a través de estos relatos fugaces y trascendentes.

4 comentarios:

Claudia dijo...

Muy completo, Adolfo. No pude estar presente en la sesión y me alegra poder ponerme al día con tu bitácora. Gracias.

Matilde dijo...

Uy Adolfo te fajaste !!! Quisiera hacer énfasis en que si bien al compañero Wilson le toca trabajar para conseguir un mejor hilo conductor, quedé encantada con el tipo de lenguaje que usa. Realmente me llevó al sitio en el que narraba su historia. Que emoción da ver un muchacho hundiendose con pasión en los laberintos de la literatura y no buscando problemas en la calle. Sigue así Wilson, es un honor tenerte como compañero.

Anónimo dijo...

Ahhh, me lo perdí, oir un cuento del Bata.

Quiero apuntar, que respecto a Odiseo, siempre me ha parecido no un héroe, sino un antihéroe. Un tipo mañoso, arribista (¡cómo habla tan bonito de Agamenón!), que se sirve de cualquier papayazo que le den; mas también con sus bellezas como el amor a sus esposa (que aún cuando se pasa un buen tiempo con Circe la extraña), a su hijo y a su pueblo, su Itaca.

Me hubiera gustado mucho escuchar lo de Carlos Fuentes.

Domingo.

Ahora, a probar que no soy un robot.

obeth florez dijo...

buena esa batalla