jueves, 17 de mayo de 2012

DOS ESCALAS EN LA TRAVESÍA

Taller bajo la Lluvia

(Bitácora de la sesión del 5 de mayo)

Por Raúl Ernesto Ibarra Padilla

Hablaré de los sucesos acaecidos el sábado 5 de mayo en el taller desde mi propia perspectiva, como yo los viví, y esto puede distar mucho de cómo lo vivieron los demás, hasta el punto de parecer que no hablo del mismo 5 de mayo. Pero esta es la única forma en que me es dado escribir. Además, para agrandar la brecha entre mi versión y la realidad, confieso que soy de naturaleza imaginativa y fantasiosa y suelo soñar mientras trajino por el mundo.
Comencemos por el clima: ese día llovió. La lluvia suele impedir que un barranquillero vaya a su trabajo pero no puede impedir que salga a disfrutar sus pasiones como el futbol y la rumba y, en nuestro caso, la literatura.

Estábamos casi todos, los de siempre, solo faltaba el profesor Antonio Silvera, líder de esta peregrina actividad creadora. Nos comunicamos con él por teléfono y supimos que estaba en Santo Tomás, pidió  que lo esperáramos que haría todo lo posible por llegar. Entre los compañeros no faltaron las versiones épicas que decían que estaba luchando por atravesar un caudaloso arroyo, que hubo derrumbes de tierra en la carretera pero que él venía corriendo, y que en el camino rescató a un gato que se estaba ahogando en la ciénaga de Mesolandia.
En fin, algunos amigos se desanimaron sin el profesor y con esa lluvia, pero otros persistimos. Yo no quería volver a casa sin llevarme algo de ese sábado.

Llovía. El desconfiado vigilante no quiso prestarnos nuestra tradicional guarida y, para ampararnos de la intemperie y darnos ánimos, nos sentamos muy juntos.

Mientras esperábamos, hablamos de todo: de cómo Colombia regaló el canal de Panamá; de los vallenatos casi subversivos de Juancho Polo Valencia; de las crueles y despiadadas rondas infantiles, “se murió escalera tan bonita que era, derramó su sangre por la carretera…”; de las suegras; de la verdadera edad de Amparo Grisales; en fin, la lírica fluía de un lado al otro en una atmósfera de poesía pura.

Cuando menos lo esperábamos apareció el profesor Silvera. Su aspecto era el de siempre, esperábamos verlo lleno de barro, trajinado, con el aire del guerrero después de la guerra y con un gato debajo del brazo. Pero no fue así, era el mismo Silvera de siempre, gentil y formal.
En seguida fuimos al corazón del taller: escuchar los trabajos o tareas hechas por los integrantes. Fue una sesión corta pero intensa.

El señor Álvaro Alvarado leyó “La Cañonera de mi Abuelo”, creo que así se titulaba y él sabrá disculparme si me equivoco. Este relato se basó en una experiencia personal, ese fue el ejercicio propuesto por el profesor, más exactamente nos planteó dos alternativas, o escribir acerca del recuerdo más antiguo que tengamos, o hacer un texto acerca  de la experiencia más significativa de nuestra vida. Ahora escribiendo esta bitácora, veo que la tarea no estaba fácil.

Con todo y eso, el señor Álvaro la hizo y la compartió con nosotros. Se suscitó un debate interesante (casi apasionado) sobre cómo este texto combinaba muchas imágenes y pequeñas escenas que en apariencia no giraban alrededor del conflicto central del cuento. Recuerdo que yo fui el único que defendió porfiadamente los recursos usados en ese relato (creo que deberíamos releer cada uno ese texto para esclarecer más el asunto).

Luego nuestro amigo Domingo leyó un poema titulado “Versos sobre la Barra”, muy buenos bajo mi elemental juicio poético. Siempre quedo con ganas de seguir escuchando más de sus textos, me resultan muy interesantes.

Y para cerrar la sesión con broche de oro, leyó el señor Juan Miranda. Él me dice que no le diga señor, sólo Juan a secas, pero sus textos y su voz me inspiran mucho respeto y estimación, él es sin duda el Señor Juan. Su texto se titulaba “La Doble Partida”, un texto fresco y franco donde nos comparte un feliz suceso en su vida: cómo fue su inicio o partida en el mundo de los libros.

Bueno aquí termino la que tal vez sea la peor de las bitácoras que algún integrante de taller pudo haber escrito en este blog, sin embargo este es un registro fehaciente que demuestra cómo el Taller Literario José Felix Fuenmayor existe y cumple su objetivo esencial: ocupar en algo bueno a tanto vago.



Las Mejores Cosas de la Vida en un Salón de Clases

(Bitácora del 12 de mayo)

Por Mayra Alejandra Díaz

Oscar Wilde dijo: “Las mejores cosas de la vida no se aprenden en un salón de clases” Por eso, siguiendo un impulso natural, debíamos encontrarnos el sábado a la hora habitual que nunca era la hora habitual, huyéndole ansiosos a la inclemencia del sol y la rutina.

Como suele pasar desde hace algún tiempo, el encuentro inicial antes de empezar el taller se lleva por unos momentos en la terraza. A partir de ese instante comienza la ficción literaria de los sábados en la tarde.

La labor que se nos encomendó para ese día era la misma de la semana anterior, dado que debido a la lluvia, la sesión de entonces no se pudo cumplir completamente: escribir la experiencia más importante y significativa en nuestras vidas, aquello que a pesar del tiempo no olvidábamos.

Las mujeres iniciaron la lectura, la señora Matilde narrando un suceso que aconteció en su infancia y en el que aún no descubre en qué momento se detiene la realidad para darle paso a la fantasía. Luego la señora Isabel Cristina, con sus “Flores amarillas”, nos llevó al momento en que la muerte nos cubre las cabezas pero no llega a ser suficiente porque logramos salir a flote.

Continuó el señor Adolfo Ceballos, con un relato inspirado en la experiencia personal de ver a su padre en una clínica, luchando contra la muerte mientras su pequeña hija contempla un atardecer.

María siguió con su delirante y sangriento relato. En el que caía en manos del inexplicable y atormentado Hans y su amigo Sergio. Después siguió el señor Juan, con un cuento conmovedor sobre los últimos momentos de un boxeador en el ring.  Para terminar con Daniel y la primera parte de su cuento “Escondidas”, que cerró el espacio de las lecturas con una narración ágil y juvenil que nos devuelve a nuestros juegos de niños precoces.

Después, un silencio lleno el salón, que fue rápidamente interrumpido con una lectura que hizo el profesor Silvera del libro Cómo se cuenta un cuento, que registra la experiencia del taller de guión cinematográfico liderado por Gabriel García Márquez en Cuba. El fragmento trataba de la manera en que se iba diseñando un personaje a partir de idea y, por consiguiente, la manera en que se iba formando la historia de una psicoanalista argentina que busca el amor en el Caribe.

La jornada estuvo fluida, la mayoría de los asistentes participó y se construyó un diálogo activo en torno a los cuentos leídos.

De esta manera, cada sábado en el que hay un encuentro, nos reunimos todos con una convicción que tal vez va más allá de la ser un gran escritor: la de aprender esas otras mejores cosas de la vida que sí se pueden aprender en un salón de clases.

4 comentarios:

espinasdepescado dijo...

Me gustó, muy bien Raúl, yo creo que le sobran las explicaciones del primer párrafo y la humildad del último. Pero me gustó mucho, mucho.

Anónimo dijo...

Ocupar en algo bueno a tanto vago... (¡ja ja ja, cuidado Raúl, se pueden ofender algunos -¡yo trabajo como un mulo!-, ja ja ja, ja ja!).

Que sea cierto que las mejores -y peores- cosas de la vida no se aprenden en un salón de clases, a través de las clases, tal vez; pero existe la posibilidad que se pueda aprender las mejores -y peores- cosas de la vida al experimentarlas a través del contacto con esas otras personas que asisten al salón de clases. Espero no encontrar enseñanzas de las peores cosas de la vida sino a través de la literatura y de las mejores a través de ustedes.

Domingo.

Ahora, a demostrar que no soy un robot.

Anónimo dijo...

Muy bien Raúl, esa bitácora quedó de "ataque"....

Saludos,

Marjorie

Isabel dijo...

Raul y Mayra, los felicito, muy buenas bitácoras, sigan así chicos.