jueves, 6 de septiembre de 2012

VERDAD E INVEROSIMILITUD


Por Indhira Prego
(Bitácora del sábado 25 de agosto de 2012)

Al entrar encontré, para mi sorpresa, que mis compañeros estaban enfrascados en un debate sobre una violación. Unos minutos después pude discernir que la discusión partía de un texto de la escritora Pilar Quintana, quien está próxima a visitar nuestro taller.

Se cuestionaba la verosimilitud del relato, en particular cuando alude al momento en que se produce el despertar sexual de una jovencita. ES evidente que el relato pretende generar ese tipo de controversias. Supongo que a mi lista personal de efectos buscados al escribir un texto -sorprender, intrigar, conmover o simplemente entretener, que también me parece válido- debo agregar el efecto de incomodar al lector. Quintana fue, sin duda, exitosa en este último.

Luego pasamos a escuchar los textos escritos por algunos de nuestros compañeros. El primero fue un relato titulado "Viaje a Tailandia" que narra la historia de una mujer, que, enferma por los celos, le quita la vida a su esposo. El texto generó algunas dudas sobre la motivación que el personaje tenía para cometer un asesinato y se cuestionó si había suficiente material en el relato para sostener ese desenlace trágico. Además, surgió un punto interesante: el tiempo de la narración. Es decir, se entiende que un personaje que ha muerto no puede contar su historia por el mismo hecho de estar muerto, a no ser, claro está, que sea un fantasma el que narre la historia con lo cual se corre el riesgo de caer en la inverosimilitud. En todo caso, sería mucho más difícil alcanzar la verosimilitud si la narración la hace un fantasma, al menos, por supuesto, que el escritor sea del calibre de Rulfo. En el caso específico del relato de nuestra compañera, el tono de la narración debería ser acorde con el estado mental de alguien que acaba de asesinar a su cónyuge y que está considerando suicidarse.

El siguiente texto leído contaba la historia de una joven madre, la cual, mientras esperaba abordar un avión en un aeropuerto, se encuentra en una situación curiosa: una monja se le acerca y, sin preámbulos, le pregunta cuál es su anhelo más grande. La joven responde a la pregunta diciendo que no hay nada que desee o sueñe. Uno de los compañeros señala que ante esa pregunta proveniente de un extraño, uno tendería más bien a cuestionar al interlocutor antes que darle una respuesta. Aquí el texto se remonta en un extenso flashback que cuenta la vida de la joven desde que era niña hasta que terminó la escuela. Luego, la historia regresa a la sala de espera del aeropuerto para contarnos la razón detrás de la pregunta que hizo la monja. Resulta que la monja estaba acompañada de un señor muy rico, quien había decidido hacer realidad el sueño de algún desconocido que estuviese ese día en el aeropuerto. Los comentarios por parte de los compañeros del taller de nuevo apuntaron a la inverosimilitud de tal situación y de cómo un hecho sucedido en la vida real puede ser increíble en un relato, a menos que se cree un ambiente apropiado, al igual que el uso de un lenguaje y un tono acorde con lo que se quiere contar.

Seguidamente, Juan Miranda nos leyó su texto “El último billete del Caney”. Este relato nos cuenta la historia de un vendedor de lotería. Su problema es que vende la fracción del billete que le había regalado un hombre poderoso de un pueblo. El hombre poderoso, al enterarse que El Caney, apodo del vendedor, ha vendido la fracción “de la suerte”, se indigna tanto que hasta lo amenaza de muerte. De nuevo se comentó la verosimilitud en cuanto a si era justificada la ira o la violencia expresada por el hombre poderoso. Hubo opiniones encontradas al respecto. Para algunos el contexto estaba dado para tal suposición, es decir, parece plausible que, en un pueblo olvidado, quizás hace algunos años, un hacendado, escoltado por hombres armados con escopetas, lance una sentencia a una persona a quien él considera que lo ha ofendido. Cabe resaltar lo fluido de la narración. A mí me llamó la atención, además, el uso de una voz y tono al inicio del relato que le dan un pie a la historia y justifican al narrador porque nos hace creer que somos el interlocutor a quien se le está respondiendo una pregunta acerca del por qué no se ha vuelto a ver a El Caney por esos lados. Como señaló el profesor Silvera, la segunda frase del relato lo dice sutilmente, casi de paso: …la última vez que se le vio por allá…

La última lectura correspondió a un texto ligero y ameno titulado “Los profanadores”. Este relato cuenta cómo dos profanadores de tumbas ingresan a una cripta en busca de la llave que uno de sus antiguos socios decidió llevarse consigo a la tumba. Uno de los profanadores termina aplastado por el cuerpo inerte del muerto, mientras que el otro es asesinado por el cadáver, quien volvió a la vida súbita y temporalmente. El texto suscitó risas y bromas fraternales, el efecto deseado por nuestro compañero, quien admitió que buscaba relajarse un poco y escribir algo sin serias pretensiones literarias.

En resumen, supongo que, tal y como lo dijo GGM (creo), se trata de lograr que lo increíble parezca real y lo real, inverosímil. Por lo tanto, si queremos que alguien “se coma el cuento” que escribimos, por así decirlo, quizás haríamos bien en evitar lo siguiente:

• Una narración que no se puede justificar o no tenga punto de partida
• Un ambiente descrito de tal forma que lo que ahí sucede no sea, al menos, plausible o, mejor aún, inevitable
• Un personaje-narrador que utiliza un lenguaje no acorde a sus circunstancias de vida (profesión, educación, etc.)
• Un tono melodramático o que nuestro narrador se involucre con lo que le sucede a los personajes a no ser, desde luego, que sea narrador-personaje
• Un final que pueda leerse como una advertencia, lección o moraleja, a no ser que pensemos escribir una fábula o un cuento para niños
• Asumir que solamente porque algo nos haya sucedido o nos conste que le sucedió a alguien en alguna parte, ese algo sea creíble

Concluimos la sesión con una rifa ofrecida por Juan Francisco Miranda. Como casi siempre me sucede, no gané el premio, que en este caso se trataba del más reciente libro de la Fundación La Cueva. Quedé, entonces, pendiente de comprarlo. Igualmente quedé pendiente de hacer esta bitácora, la cual finalmente estoy entregando con demasiados días de retraso, por lo que me disculpo. Hasta la próxima.

1 comentarios:

Matilde de Robayo dijo...

Indira que rico escribes. Me haces revivir todas las fallas que cometo y que cuando comencé este interesante camino de aprender a escribir, o por lo menos tratar de hacerlo, creia que eran exclusivamente de mi peculio. Que difícil es desprenderse de la idea de que "lo que escribí está bien" y entonces cometer el error de no entender que lo que hacemos es susceptible de mejoras. Asi la reacción inmediata sea este miedo a escribir mal. Definitivamente a unos se les facilita mas que a otros, pero los que realmente obtienen lo que desean son los que trabajan y trabajan y trabajan. Gracias Indira