sábado, 26 de agosto de 2017

TODOS ESTÁBAMOS A LA ESPERA… DEL TALLER

Por Bryan Gómez

La tarde del sábado 19 de agosto nos esperaba como de costumbre para la nueva sesión del taller literario. El sol brillaba aún con ego calcinante y la casi desierta plazoleta de la Intendencia Fluvial nos recibía de nuevo para el encuentro. La incisiva humedad y el asfixiante calor parecían estar al pendiente de algo más. Fuera de la Intendencia y entre el tumulto de los compañeros asistentes al taller, el profesor Antonio Silvera, algo un tanto desconcertante, pues estaba un poco “más puntual” que de costumbre, conversaba con el vigilante de turno. El susodicho nos impedía la entrada al recinto, pues el correo electrónico que avalaba nuestra entrada no había sido recibido. Mientras esperábamos bajo el abrasante sol, una patrulla de policía se acercó al lugar. Mi compañera, a modo de juego, exclamó: “Llegó la policía literaria”. Tras una refrescante sonrisa provocada por su comentario, seguimos charlando trivialmente.

Y así, mientras todos estábamos a la espera de que se resolviese el asunto, la “policía literaria” se acercó a dialogar con el vigilante y, luego, abriéndose paso en el grupo, se acercó a un compañero. Por altercados pasados entre el compañero y el vigilante, este le interpuso una demanda. Mientras ventilaban el problema al oído del resto del grupo, el guardia señaló de forma seca y contundente que tenía testigos claves en el altercado, y su dedo justiciero señaló mi humanidad. Como en una película muda, yo me movía lentamente, como si fuese un error  inocente, pero su dedo seguía la línea de mi torso en movimiento, e inmediatamente también señaló la humanidad de mi compañera, exclamando que éramos sus testigos claves y que una cita en la Fiscalía nos esperaba para declarar a su favor por el altercado. Después de la sopa de sorpresa y emociones, aun seguíamos a la espera del esperado correo, para borrar con literatura el calor y el brillo aún candente del sol; no obstante, el Hermes digital no llegaba con su mensaje preciado, y el cancerbero del recinto tampoco daba sus colmillos a torcer para darnos paso.

El profesor Antonio, ya cansado de la negativa de las directivas administrativas, decidió posponer la sesión. Pero, antes de despedir a los compañeros, el guardia que nos había recibido con un no rotundo, nos devolvió la esperanza un poco mordida: podíamos realizar nuestra sesión, sí, pero en la parte posterior de la Intendencia, con su escondida cara al majestuoso Magdalena. Unas contadas sillas plásticas y ganas de debatir sobre el oficio del escritor bastaron para concretar el encuentro. A esa hora, el sol había aplacado su temperamento y a escasos metros de nosotros, un caño que comunica con la principal arteria de un país perdido en los libros de historia y sobre todo el mismo río serpenteaba en su humilde y lento ocaso acuático para cumplir su visita final al mar Caribe. Unas canoas y una pequeña isla parecían objetos perdidos, como a propósito, por un titiritero del tiempo. 
Comenzamos así a leer nuestros poemas, según la tarea propuesta por Silvera en la sesión anterior, que consistía en hacer un texto en el que se explotara a conciencia el elemento sonoro y rítmico de la palabra. Primero, el compañero Camilo declamó su poema y también una confesión: la musa de su poema y a su vez la destinataria, había recibido con sorpresa los versos del compañero embriagado de amor, pero el efecto en ella fue totalmente nulo, como un revólver cuyo proyectil no desgarra su blanco; aunque, paradójicamente, el resto de las féminas que leían su poema rechazado manifestaban su admiración y elogios. Al anterior, siguió el poema del barquito sin costa, como le apodé al leído por la compañera Marilin, en tanto el propio profesor Antonio recitando también y dejándose contagiar por el entusiasmo del encuentro, nos recordó los versos iniciales de un poema de Neruda al mar, digno de un artista que conoce las intimidades de su arte. Además hubo otros no menos importantes poemas de los compañeros que también se animaron a participar, y por último, un cuento sobre personajes y escritores del compañero Nelson, con el que se despidió por un tiempo, esperamos, dado que se marcharía el martes siguiente a Chile, donde consiguió un cupo para participar en un taller literario durante el resto del año. Así pues, entre el Magdalena dormido, el murmullo de la lluvia que nos acompañó hacia el final de la sesión, y el ronroneo de los motores diesel, que mordían el asfalto con la furia de sus ruedas, transcurrió una de las sesiones más memorables en la que le echaron la policía al taller”. Palabras del profesor Antonio, expresadas con actitud jocosa e incrédula.

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