jueves, 4 de junio de 2015

Carpe Diem

Bitácora de la sesión del sábado 30 de mayo.


Por Domingo José Bolívar Peralta


Un día pleno de sol. Centros comerciales sonrientes. Restaurantes con el corazón contento. La embriaguez de las tiendas, cantinas, estaderos, bares, discotecas (al calor de las frías no hay diferencias). Saludables parques y gimnasios. Burdeles donde se le saca provecho al polvo que somos. Etcétera.

 Quinto Horacio Flaco (los cuatro anteriores menos flacos que él, poeta al fin y al cabo) ha dicho (por encima de las sutilezas de las traducciones, la esencia): vita brevis.

 En tanto que Garcilaso (imagen poética de una garza con su pico tocando la mitad de su cuello: un lazo; pero este lazo es con ‘z’, y los españoles la pronuncian. Más bien trata de una garcita con el cuello laso [y ahí sí, hace el lazo]) de la Vega dice: ni a contemplar tu belleza se detiene.

 Visualiza entonces Pierre de Ronsard (algo pagado de sí mismo, como todo gran poeta) un suspiro melancólico y marchito, sepultos ya sus huesos. Y clama: ¡no esperes el mañana!

 No hay carne que no se pudra; sólo Natura estrena Primaveras, murmuró Rubén Darío («¿Hernández?» «¡Nooo! Ése ya no es capaz de hacer un pique»), poeta de precoz otoño.

 ¡Ay! ¿Será que participo? Me da vergüenza. No estoy a la altura. Al final, deshojé la margarita (Margarita no vino. Quizá se fue a comer helado y luego a cantar en un karaoke. Aprovechar el día, en vez de estar metida en un cubo Rubik), y dijo: ¡sí, hazlo ahora, es el momento! Sólo dije que es mejor estar borracho, o algo así. ¡Ellos son tan altos!

 Antes de que se leyeran los últimos versos, Juan Carlos Onetti vino y nos lanzó (siempre hay leña dispuesta a arder) un fósforo encendido, en prosa: Las mellizas.

 Un lenguaje nada exuberante, hasta coloquial. “La verdadera Melliza”, quince años de miseria, flacura, con “cara pequeña e inocente”, y una forma de ser que choca con el ambiente sórdido de la vida de la calle y con la practicidad materialista de su hermana. Famélica prostituta que no cobra: espera a que el cliente pague, si quiere. Vive el momento. Cándida criatura, “carente de piedad”, que fue un motivo de sorpresa diaria, durante incontados (esta palabra me la corrige Word y no está en el diccionario; pero se entiende y me sirve) días, para un narrador que la recordará quince años después. No cuento más el cuento: mejor es que lo lean.

 No cuento más el cuento, pero sí debo contar el incendio. En resumidas cuentas, dos posiciones hermenéuticas (esta palabrota le debe de gustar a Andreis): una considera que el narrador se enamoró de la desgraciada agraciada joven, y la otra considera que lo que lo atrajo a ella fue el extraño candor (incompatible con el mundo alrededor de ella y su oficio) de la chica y se involucró en su miseria por compasión y por su sorpresa diaria.

 Si los poetas nos decían que había que aprovechar el momento, tomar lo que la vida nos ofrece y sacarle el mayor provecho, sin aplazamientos ni proyecciones futuras (aunque Ronsard sí fue al futuro, pero justamente para decir esto: ¡ahora!), este cuento nos muestra una versión más sombría de ese vivir la vida sin esperar más. La “Melliza segunda” cobra por sus servicios, tiene un aspecto más saludable... La “Melliza verdadera” tiene pesadillas por las noches y es despreocupada en el día. El narrador está fascinado por ella, tan fascinado que al final desea... (¿había dicho que no iba a contar más el cuento? Dispensen este pequeño desliz) Léelo. Ese final también nos puso a discutir.

Esta divergencia de interpretaciones encendió los ánimos de pugilato (exceptuando a Patricia, quien no está interesada en subir al cuadrilátero, porque es cosa del Patri-arcado) y se presentaron algunos retos. ¿Rayza Mar contra Mar Llarino?

Después de todo, la sugerencia del último poema fue tenida en cuenta por algunos compañeros: salimos juntos a beber el licor dorado, porque mañana no se sabe.

1 comentarios:

Patricia dijo...

Chévere el juego de palabras, me gustó lo de "restaurantes con el corazón contento".