Bitácora
de la sesión del sábado 16 de mayo
Por:
Andreis Camero
Un amague de lluvia en el
cielo a las dos de la tarde amenazaba con dañar la partida, la promoción del
combate ya navegaba en la red. Los espectadores, como de costumbre, empezaron a
llegar a cuenta gotas, hasta que fueron un número respetable y coherente con
esta contienda literaria.
Lo primero que salió al
cuadrilátero, antes de la pelea, fueron agradables comentarios sobre Una triste aventura de 14 sabios, novela
corta de José Félix Fuenmayor, que narra a su vez un cuento cuyo autor es un personaje llamado el señor Currés, quien
aprovecha una discusión sobre la sabiduría, para leer su historia a un público
que va cambiando a lo largo del texto. Esto parecería un relato convencional a
simple vista; sin embargo, lo ingenioso de la cuestión, es la capacidad del
autor para presentar sus opiniones sobre el arte de narrar, y las distintas
dificultades que debe afrontar un narrador para poder contar una historia que
logre por lo menos ser funcional. Aunque a muchos no les gustó el final del
cuento narrado por el señor Currés (Patricia encontró aparatoso la conversión
de uno de los sabios en hechicero negro, y a Andreis le pareció poco creíble la
muerte de Cabrillitas el piloto fortachón del aeroplano), todos coincidimos en
la gran capacidad de Fuenmayor para exponer sus percepciones e interrogantes
sobre el arte de narrar.
Con el pasar de los
minutos, los sorbos de café, los silencios repentinos, el ruidoso aire
acondicionado que empezaba a enfriar demasiado, la expectativa y la tensión por
el combate iban en continuo aumento.
Antonio Silvera nos
presentó el microrrelato Pequeños cuerpos,
de Triunfo Arciniegas. Lo escribió en el tablero mientras los espectadores
conversábamos sobre la posibilidad de realizar un texto cuyo argumento fuera
otro texto; en el caso del microrrelato, amplificar las posibilidades
narrativas que el autor original nos presenta. El cuento Pequeños cuerpos, por ejemplo, constaba tan solo de tres frases y
veintidós palabras, volumen suficiente para desarrollar toda la historia que,
sin duda, es alimentada por la mirada del lector. La propuesta era clara;
construir a partir de lo ya establecido, y desarrollar un texto que tuviera
como punto de partida, el microrelato. Por supuesto que el ejercicio también
funciona a la inversa; reducir una historia mucho más amplia a su mínima
expresión, apartando cualquier posibilidad de adorno retórico o estético, y
limitándose a contar el suceso sin perder la tensión, ni la funcionalidad del
texto como relato de ficción.
Recuerdo que este último
ejercicio lo realizamos el año pasado. El cuento elegido en aquella oportunidad
fue El milagro secreto de Jorge Luis
Borges. Entonces algunos asumimos con entusiasmo el reto conociendo la
dificultad de encontrar algo que cercenar en la obra tan precisa de Borges. Yo
aún no termino de escribir mi versión.
En fin, el tiempo pasaba
y ya era inminente el comienzo de la contienda. El primero en llegar fue el
retador:Adolfo, quien se encontraba mezclado en el público. Pedro llegó un poco
más tarde mascando un chicle. La mesa estaba servida, en el cuadrilátero
literario Silvera oficiaba de juez, mientras la multitud minoritaria esperaba
con ansias el comienzo del primer round.
Los dos contrincantes, en
una de esas sesiones posteriores al taller, se habían retado a escribir un
cuento sobre Hemingway, y después de organizarlo todo, al fin estaba el
escenario perfecto para que sucediera.
El primero en subir a exponer
sus armas literarias fue Adolfo, su texto se titulaba “Al calor de la tarde”. Desde
el principio el cuento entró con un epígrafe impactante, del nobel
estadounidense. Luego comenzamos una historia con el estilo riguroso que
caracteriza a Adolfo. Todo comenzó con el despertar de un mal sueño, después,
la búsqueda de una botella de whiskey por toda la casa, al tiempo que se
alternaba con algunos recuerdos de la vida del futuro suicida. Aunque ya
conocíamos el desenlace de la historia, era inevitable conmoverse con la
narración y sentir un poco de lástima por ese pobre viejo que, finalmente
termina recordando que no es un trago lo que busca sino una escopeta. Adolfo no
nos narra en detalle el momento específico de la muerte, pero deja a un hombre
medio borracho y con problemas mentales, portando una escopeta y en la búsqueda
de segar para siempre su gloriosa existencia.
Los golpes a Adolfo no
llegaron de su oponente, sino del mismo público: que el autor no fue capaz de
explorar la fuerza emocional del acontecimiento, que más que un cuento
simplemente estábamos ante la presentación detallada de la última hora del
escritor de Los Asesinos. Claudia
mencionó un detalle supremamente importante para cualquier narrador: en el
espacio que transcurre desde que el personaje se levanta de la cama hasta el
momento en que se suicida solo realiza tres acciones, que en perspectiva de
Claudia, son demasiado escasas, para todo lo que nos cuenta el narrador del personaje.
Llegó entonces el momento
de Pedro. Su texto se titulaba “Y también había un lápiz”. El narrador parte de
la mudanza del personaje a Estados Unidos proveniente de Cuba, y con la promesa
a su mujer de sacar el alcohol de su vida. La narración presentada por Pedro, ofrece
una visión mucho más íntima y matizada de los últimos momentos del personaje.
El progreso de su delirio que lo lleva a actuar como si viviera en algunos de
sus cuentos, haciendo referencias precisas y citas a los mismos, la constante
alusión a la máquina de escribir, y finalmente su suicidio, encerrado en el
cuarto de armas, constituyen el cuerpo de este relato.
Al finalizar la lectura
los golpes no se hicieron esperar, para todos fue evidente que el título no
coincidía mucho con lo narrado a lo largo de la historia (el autor explicó
después que Hemingway solo podía escribir a lápiz), además, el texto no tenía
mucho orden desde el punto de vista formal, algo en lo que sí era fuerte el
texto de Adolfo.
Ya al caer la tarde, el
juez determinó el empate técnico, mas allá de los calores y apasionamientos del
público, los dos peleadores se dieron la mano, y antes de marcharnos, Pedro
entrego al público un paquete de copias, con el título Los Asesinos, cuento escrito por Hemingway. En ese instante todos
supimos que este reto, aún no había terminado, y solo habíamos llegado al
penúltimo round, porque la literatura siempre ofrece una oportunidad para
seguir peleando.
2 comentarios:
Los que se perdieron la contienda, aquí pueden vivirla (en diferido).
Muy buena resultó la crónica, en diferido.....
Quiero leer las dos versiones.....
Adela
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