jueves, 31 de mayo de 2012

Entre Fuentes y Homero

Por Adolfo Ceballos Vélez
(Bitácora de la sesión del 26 de mayo)

En esta ocasión, iniciamos la jornada escuchando un breve documental emitido por la emisora cultural y virtual HJCK de Bogotá, en el cual se hacía un recuento de la vida y obra del escritor mexicano Carlos Fuentes, fallecido el pasado 15 de mayo.
Oímos del propio escritor acerca de su incansable lucha por hacer del lenguaje un instrumento de manifestación contra el olvido, y la reivindicación de la historia latinoamericana. Que era necesario hacer de la literatura un medio vinculante, que permitiera rescatar aquello que calla la historia, sobre todo la nuestra: llena de olvidos, manipulaciones, secretos y engaños. Servir, en suma, para reflexionar sobre nuestro pasado —imaginándolo, pues está lleno de novedad— y obtener así una conciencia de nuestro presente (real y reinventado de ese pasado), para vislumbrar la posibilidad de un futuro, que, por su misma naturaleza incierta, es susceptible también de imaginarse.
De esta forma, pasado, presente y futuro confluyen como dimensiones de la mente, que el escritor reinventa y reconstruye a través de la literatura, con lo cual, la propia literatura se hace tan real como la historia misma: legado cultural compartido por los pueblos de Latinoamérica que el escritor abre al mundo para compartirlo, sin perder su propia identidad.
Estas reflexiones se manifestaron a lo largo de su vasta obra, con títulos como: La muerte de Artemio Cruz, Aura, La Región más transparente, Gringo Viejo, entre otras, merecedoras del reconocimiento mundial, y que le valieron el premio ‘Príncipe de Asturias’, ‘El Premio Cervantes de Letras’, el ‘Rómulo Gallegos’, así como numerosos reconocimientos internacionales y Honoris Causa de las más prestigiosas universidades.
Hijo de un itinerante diplomático mexicano, Carlos Fuentes nació en 1928 (un año antes que García Márquez) y viajó por todo el mundo, pero fue desde la década de los años cincuenta, a la edad de veinticinco, cuando Fuentes —a través de su inagotable pluma— dio muestra de una lucidez política y cultural, plasmada en numerosos ensayos, artículos, cuentos y magistrales novelas. Este escritor nos deja, pues, un legado que es al mismo tiempo una denuncia y un desafío al olvido, a la pereza y al silencio:

“A mí no me interesa agradarle al lector… tenerlo contento, adormecido, ¡bastante adormecido está! —los medios de adormecimiento abundan en el mundo actual, ¿para qué voy a añadir otro elemento hipnótico más?—. Al contrario, me gustaría sacudir al lector: sacarlo de su modorra, y ayudarlo a escribir la novela conmigo. Lo cual nos conduce a una manera especial de concebir la relación entre el novelista y el lector: y la única relación que yo concibo es el de una pugna [con él]. Obligar al lector a darse cuenta de que la palabra, esta palabra que estoy distorsionando, se ha convertido en un amoneda gastada, y hay que troquelarla de nuevo para que vuelva a circular y a decir algo. (Que esta palabra ya no quiere decir nada, o quiere decir otra cosa de lo que ustedes quieren decir)… pero quiero que se detenga el lector, incluso mediante una bofetada, una injuria o una manera desagradable, [para obligarlo] a reflexionar sobre la palabra que está leyendo, o sobre la frase que está leyendo… [y] que no la pase por alto.”

Continuamos la sesión del taller, con el análisis del Canto IX de la Odisea: segunda entrega, surgida —según muchos— también de la mente prodigiosa y descabellada del mítico Homero (cuya imagen lo asemeja, cada vez más, al de un Quijote mediterráneo: viejo, loco y sabio). Así pues, nos dimos a la tarea de analizar el mecanismo narrativo que este aeda, astuto como el héroe de sus hazañas, utiliza magistralmente para exponer en boca de su protagonista, el libidinoso y temerario Ulises u Odiseo, los sucesos y desventuras que lo han llevado, junto con su tripulación, a las costas de la isla donde moran los terribles cíclopes.
Recordemos que Ulises ha sido condenado por los dioses —especialmente Poseidón— a vagar diez años por los mares que separan la derrotada Troya de su añorada Ítaca, y a sortear sin descanso incontables aventuras (la mayoría de ellas trágicas), haciendo uso de su astucia, y lo que nosotros llamaríamos ‘malicia indígena’.
En el Canto IX, nos encontramos con un Ulises que es a la vez narrador y protagonista, induciendo al lector (como si fuésemos infantes que lo escuchamos alrededor de una fogata), a explorar con él la isla de los cíclopes. Para ello, inicia su relato describiendo el paisaje y las costumbres primitivas de aquellos gigantes de un solo ojo:
«Desde allí continuamos la navegación con ánimo afligido, y llegamos a la tierra de los ciclopes soberbios y sin ley; quienes, confiados en los dioses inmortales, no plantan árboles, ni labran los campos, sino que todo les nace sin semilla y sin arada -trigo, cebada y vides, que producen vino de unos grandes racimos- y se lo hace crecer la lluvia enviada por Zeus […] No tienen ágoras donde se reúnan para deliberar, ni leyes tampoco, sino que viven en las cumbres de los altos montes, dentro de excavadas cuevas; cada cual impera sobre sus hijos y mujeres y no se entrometen los unos con los otros.»
Luego, a medida que nos adentramos en la narración, Homero (en boca de Ulises) va dosificando los elementos que harán parte esencial de la historia: las tinajas con el vino exquisito, el grupo de hombres que lo acompañan, modo de ser de los gigantes y, finalmente, la descripción de la misteriosa caverna a la que llegan, repleta de gigantescos manjares. Todo ello, sin que haya aparecido aún ni un solo cíclope. Pero, como buen predecesor de Poe, el narrador ha logrado cautivarnos de tal manera con la atmósfera y el misterio que envuelven los acontecimientos, que cuando hace su entrada el monstruoso Polifemo, ya él, Homero-Ulises, nos tiene en sus manos. Nuestro ánimo se turba ante la barbarie del gigante y la manera inmisericorde como devora de a dos en dos a los tripulantes de Odiseo. El narrador nos hace partícipe de su angustia, y aguardamos expectantes a que el héroe haga uso de su astucia para librarse de la muerte: ¿Cómo engañará a Polifemo? ¿Cómo hará para que éste abra la inmensa piedra que sella la entrada?… ¿Lograrán salvarse él y los suyos? Nuevamente, somos niños arrastrados por la intensidad del relato, hasta cuando Ulises logra escapar de la ira de un Polifemo cegado por una estaca tan afilada como la mente de quien la utilizó.
En este punto, el profesor Silvera nos invitó a reflexionar acerca de la manera como Homero logra una narración cercana al cuento contemporáneo, que se hace cada vez más intensa pese a que el narrador-protagonista —quien sabe de antemano lo que va ocurrir—, incurre en el aparente error de avisarnos que algo malo sucederá:
[…] «Mas yo no me dejé persuadir (mucho mejor hubiera sido seguir su consejo) con el propósito de ver a aquél y probar si me ofrecería los dones de la hospitalidad. Pero su venida no habría de serles grata a mis compañeros.»
Este aspecto, señala el profesor Silvera, más que restarle fuerza, hace la narración aún más atrayente, pues nos pone en alerta para desear, curiosos, que aquella desgracia anunciada ocurra. Y cuando finalmente sucede, excede tanto nuestras expectativas, pues nadie se imagina que Polifemo fuese un antropófago (palabra griega para los caníbales), y nos horroriza de tal manera la ‘naturalidad´ con que el cíclope va devorando a los tripulantes de Ulises, que nos ocurre con Homero lo mismo que con un buen mago: cuando avisa confiado cuál será su próximo truco, seguro de que quedaremos tan satisfechos y asombrados, que anunciarlo no hace más que hacerlo aún mejor.
Así mismo, analizamos cómo la disposición de los elementos en el relato está en función de la narración: las descripciones, casi impersonales, sirven para darle verosimilitud. Los elementos como las tinajas de vino, y los corderos en la cueva, están allí para ser utilizados como ardides salvadoras de Ulises, así como el hecho de hacerse llamar ‘Nadie’, cuando Polifemo pregunta cuál es su nombre.
Todas estas características hacen de Homero un gran cuentista y un imaginativo narrador.
Finalizamos la sesión con un cuento que compartió el compañero Wilson Batalla, titulado ‘El hombre comadreja’. Fue un relato leído con cierta rítmica que luego él explicó como de rap. Las frases se superponían como en una cadencia de emociones, mientras el protagonista se dejaba a hacer un tatuaje sobre la barriga, en un pequeño local, refugio provisional de las sombras siniestras de un mundo suburbano lleno de crímenes y droga.
La utilización del lenguaje procaz, y una jerga intrincada y poco conocida, hicieron del relato un texto difícil y hasta indescifrable. Por ello, la opinión general fue de mejorar el contexto del cuento y sus personajes, con el fin de que fuesen más claros y entendibles para cualquier lector. Aún así, a todos nos gustó el tono personal y diferente que tuvo la narración, con lo cual se enriquece el conjunto literario de los talleristas, quienes cada sábado compartimos una parte de nuestras almas, a través de estos relatos fugaces y trascendentes.

jueves, 24 de mayo de 2012

“Un mundo más antiguo y más firme”

(Bitácora de la sesión del 19 de mayo)

Por Claudia Lama A.

El pasado sábado 19 de mayo, aprovechando que “las tareas y acaso la indolencia” no me retuvieron, decidí asistir a la sesión del taller como buscando “un mundo más antiguo y más firme”. En esta oportunidad analizaríamos uno de los cuentos más reconocidos de Jorge Luis Borges, “acaso mi mejor cuento”, El Sur, con el fin de reconocer la importancia del orden de las secuencias de la historia para luego aplicarlo a nuestros cuentos.

En esta ocasión contamos con la grata compañía de un integrante del taller Relata de Riohacha, Jairo Brochero, quien hizo interesantes aportes a lo largo de la sesión.

Comenzamos con el anuncio de la próxima visita del escritor asociado, Roberto Burgos Cantor, programada para la segunda quincena de junio, con el fin de irnos familiarizando con su obra. Entre sus publicaciones están “La ceiba de la memoria” y la colección de cuentos “Una siempre es la misma”.

Comentamos, claro, sobre la muerte de Carlos Fuentes, lo que dio pie a la mención de uno de los más destacados escritores del Caribe, de Martinica, Aimé Césaire, quien destacó además por su compromiso político en favor de los oprimidos. Junto con otros, en los años 30, inició un movimiento por el rescate de la identidad africana y el fomento de su cultura. Entre sus obras están “Cuaderno de un retorno al país natal” y “La tragedia del rey Christophe”.

Continuamos la sesión leyendo el cuento de Borges para luego identificar el argumento: Juan Dahlmann, de abuelo alemán se identifica con su abuelo materno argentino quien murió de una manera romántica. Ha logrado salvar el casco de una estancia en el Sur, herencia de su familia materna. Dahlmann, secretario de una biblioteca, distraído con un tomo de Las mil y una noches, se golpea en la frente con una ventana abierta, lo cual le produce una terrible infección. Pasa ocho días enfermo en casa y luego es trasladado a un sanatorio donde es operado y experimenta la fragilidad y humillación de la enfermedad. Cae en cuenta de su cercanía con la muerte cuando el cirujano le dice que estuvo a punto de morir de una septicemia. Otro día el cirujano le dice que gracias a su recuperación pronto podrá ir a convalecer en su estancia en el Sur. Llega el día esperado y Dahlmann emprende viaje, antes de abordar el tren se detiene a tomar un café. Aborda el tren, pero debe bajarse en una estación diferente a la habitual. Le recomiendan un almacén donde podrá conseguir transporte para llegar a su destino. Al llegar al almacén ve a un viejo gaucho recostado en el mostrador mientras unos “muchachones” comen y beben en una de las mesas. Dahlmann come algo y de pronto siente bolitas de miga en su rostro. Son los hombres de la mesa. Dahlmann no anda buscando pelea en su condición convaleciente, pero el patrón, el gaucho y el destino se confabulan para que a Dahlmann no le quede más opción que enfrentar al “compadrito de la cara achinada” que lo reta con obscenidades y un cuchillo. Dahlmann sale a la llanura empuñando con firmeza la daga que le arrojó el gaucho, a morir de la muerte que de haber podido hubiera escogido en el sanatorio.



Observamos que el primer párrafo del cuento, donde Borges nos presenta al personaje principal, es un comienzo atípico para un cuento porque hemos leído y oído que el cuento debe enganchar al lector desde la primera frase. Algunos compañeros consideraron este comienzo como aburrido e incluso lo hubieran suprimido, pero vimos que estos datos son fundamentales en la historia.

Algunos también opinaron que borrarían el quinto párrafo, en el que Dahlmann entra a un café y acariciando a un gato reflexiona sobre el tiempo, pero el cuento sin este párrafo perdería, en mi opinión, buena parte de lo que lo hace típicamente borgiano.

Luego del argumento seguimos el análisis con el orden de los acontecimientos. Se generó una discusión sobre el desenlace ambiguo del cuento, sobre si el desenlace es o no un sueño de Dahlmann quien en la realidad nunca salió del sanatorio. Algunos opinamos que sí, otros que no, pero apartándonos del terreno de la interpretación pronto volvimos a lo que nos concernía, el orden de los acontecimientos en el cuento, con la colaboración acertada de Patricia Lemus. En este punto también observamos que la estructura de El Sur es lineal.

Faltando media hora para dar por concluida la sesión se dio paso a la lectura de textos de los integrantes del taller. Raúl nos leyó su cuento “Sabemos de quien es la culpa”, ciertamente no fue del gato negro ni del ejemplar de Las mil y una noches del cuento El Sur, pero nos pareció a la mayoría que el cuento de Raúl tiene muchas reiteraciones, los diálogos se extienden más de lo necesario y el narrador usa un lenguaje inapropiado.

Y así terminó la sesión y yo que no planeaba esta lucha, me encontré con que el gaucho me arrojó la daga asignándome la bitácora de esta semana. Salgo a la llanura agradecida de haber encontrado “un mundo más antiguo y más firme” en compañía de los integrantes del JFF.

jueves, 17 de mayo de 2012

DOS ESCALAS EN LA TRAVESÍA

Taller bajo la Lluvia

(Bitácora de la sesión del 5 de mayo)

Por Raúl Ernesto Ibarra Padilla

Hablaré de los sucesos acaecidos el sábado 5 de mayo en el taller desde mi propia perspectiva, como yo los viví, y esto puede distar mucho de cómo lo vivieron los demás, hasta el punto de parecer que no hablo del mismo 5 de mayo. Pero esta es la única forma en que me es dado escribir. Además, para agrandar la brecha entre mi versión y la realidad, confieso que soy de naturaleza imaginativa y fantasiosa y suelo soñar mientras trajino por el mundo.
Comencemos por el clima: ese día llovió. La lluvia suele impedir que un barranquillero vaya a su trabajo pero no puede impedir que salga a disfrutar sus pasiones como el futbol y la rumba y, en nuestro caso, la literatura.

Estábamos casi todos, los de siempre, solo faltaba el profesor Antonio Silvera, líder de esta peregrina actividad creadora. Nos comunicamos con él por teléfono y supimos que estaba en Santo Tomás, pidió  que lo esperáramos que haría todo lo posible por llegar. Entre los compañeros no faltaron las versiones épicas que decían que estaba luchando por atravesar un caudaloso arroyo, que hubo derrumbes de tierra en la carretera pero que él venía corriendo, y que en el camino rescató a un gato que se estaba ahogando en la ciénaga de Mesolandia.
En fin, algunos amigos se desanimaron sin el profesor y con esa lluvia, pero otros persistimos. Yo no quería volver a casa sin llevarme algo de ese sábado.

Llovía. El desconfiado vigilante no quiso prestarnos nuestra tradicional guarida y, para ampararnos de la intemperie y darnos ánimos, nos sentamos muy juntos.

Mientras esperábamos, hablamos de todo: de cómo Colombia regaló el canal de Panamá; de los vallenatos casi subversivos de Juancho Polo Valencia; de las crueles y despiadadas rondas infantiles, “se murió escalera tan bonita que era, derramó su sangre por la carretera…”; de las suegras; de la verdadera edad de Amparo Grisales; en fin, la lírica fluía de un lado al otro en una atmósfera de poesía pura.

Cuando menos lo esperábamos apareció el profesor Silvera. Su aspecto era el de siempre, esperábamos verlo lleno de barro, trajinado, con el aire del guerrero después de la guerra y con un gato debajo del brazo. Pero no fue así, era el mismo Silvera de siempre, gentil y formal.
En seguida fuimos al corazón del taller: escuchar los trabajos o tareas hechas por los integrantes. Fue una sesión corta pero intensa.

El señor Álvaro Alvarado leyó “La Cañonera de mi Abuelo”, creo que así se titulaba y él sabrá disculparme si me equivoco. Este relato se basó en una experiencia personal, ese fue el ejercicio propuesto por el profesor, más exactamente nos planteó dos alternativas, o escribir acerca del recuerdo más antiguo que tengamos, o hacer un texto acerca  de la experiencia más significativa de nuestra vida. Ahora escribiendo esta bitácora, veo que la tarea no estaba fácil.

Con todo y eso, el señor Álvaro la hizo y la compartió con nosotros. Se suscitó un debate interesante (casi apasionado) sobre cómo este texto combinaba muchas imágenes y pequeñas escenas que en apariencia no giraban alrededor del conflicto central del cuento. Recuerdo que yo fui el único que defendió porfiadamente los recursos usados en ese relato (creo que deberíamos releer cada uno ese texto para esclarecer más el asunto).

Luego nuestro amigo Domingo leyó un poema titulado “Versos sobre la Barra”, muy buenos bajo mi elemental juicio poético. Siempre quedo con ganas de seguir escuchando más de sus textos, me resultan muy interesantes.

Y para cerrar la sesión con broche de oro, leyó el señor Juan Miranda. Él me dice que no le diga señor, sólo Juan a secas, pero sus textos y su voz me inspiran mucho respeto y estimación, él es sin duda el Señor Juan. Su texto se titulaba “La Doble Partida”, un texto fresco y franco donde nos comparte un feliz suceso en su vida: cómo fue su inicio o partida en el mundo de los libros.

Bueno aquí termino la que tal vez sea la peor de las bitácoras que algún integrante de taller pudo haber escrito en este blog, sin embargo este es un registro fehaciente que demuestra cómo el Taller Literario José Felix Fuenmayor existe y cumple su objetivo esencial: ocupar en algo bueno a tanto vago.



Las Mejores Cosas de la Vida en un Salón de Clases

(Bitácora del 12 de mayo)

Por Mayra Alejandra Díaz

Oscar Wilde dijo: “Las mejores cosas de la vida no se aprenden en un salón de clases” Por eso, siguiendo un impulso natural, debíamos encontrarnos el sábado a la hora habitual que nunca era la hora habitual, huyéndole ansiosos a la inclemencia del sol y la rutina.

Como suele pasar desde hace algún tiempo, el encuentro inicial antes de empezar el taller se lleva por unos momentos en la terraza. A partir de ese instante comienza la ficción literaria de los sábados en la tarde.

La labor que se nos encomendó para ese día era la misma de la semana anterior, dado que debido a la lluvia, la sesión de entonces no se pudo cumplir completamente: escribir la experiencia más importante y significativa en nuestras vidas, aquello que a pesar del tiempo no olvidábamos.

Las mujeres iniciaron la lectura, la señora Matilde narrando un suceso que aconteció en su infancia y en el que aún no descubre en qué momento se detiene la realidad para darle paso a la fantasía. Luego la señora Isabel Cristina, con sus “Flores amarillas”, nos llevó al momento en que la muerte nos cubre las cabezas pero no llega a ser suficiente porque logramos salir a flote.

Continuó el señor Adolfo Ceballos, con un relato inspirado en la experiencia personal de ver a su padre en una clínica, luchando contra la muerte mientras su pequeña hija contempla un atardecer.

María siguió con su delirante y sangriento relato. En el que caía en manos del inexplicable y atormentado Hans y su amigo Sergio. Después siguió el señor Juan, con un cuento conmovedor sobre los últimos momentos de un boxeador en el ring.  Para terminar con Daniel y la primera parte de su cuento “Escondidas”, que cerró el espacio de las lecturas con una narración ágil y juvenil que nos devuelve a nuestros juegos de niños precoces.

Después, un silencio lleno el salón, que fue rápidamente interrumpido con una lectura que hizo el profesor Silvera del libro Cómo se cuenta un cuento, que registra la experiencia del taller de guión cinematográfico liderado por Gabriel García Márquez en Cuba. El fragmento trataba de la manera en que se iba diseñando un personaje a partir de idea y, por consiguiente, la manera en que se iba formando la historia de una psicoanalista argentina que busca el amor en el Caribe.

La jornada estuvo fluida, la mayoría de los asistentes participó y se construyó un diálogo activo en torno a los cuentos leídos.

De esta manera, cada sábado en el que hay un encuentro, nos reunimos todos con una convicción que tal vez va más allá de la ser un gran escritor: la de aprender esas otras mejores cosas de la vida que sí se pueden aprender en un salón de clases.

miércoles, 9 de mayo de 2012

RECUERDOS, LITERATURA Y LIBROS

RECUERDOS, LITERATURA Y LIBROS
(Bitácora de la sesión del 28 de abril)

Por Juan Miranda Marañón

Llegué al Taller un poco retrasado, creo que eran casi las dos y treinta de la tarde o algo más. La verdad fue que no quise mirar el reloj para no darme mala vida. En ese momento, Antonio Silvera, nuestro director, hablaba de una charla con el escritor argentino Pablo Ramos, a la que asistió en el reciente Encuentro Nacional de RELATA. Según Silvera, Ramos dijo que él fundamentaba y desarrollaba su obra literaria (novelas y cuentos) a partir de sus propias experiencias, ante todo de sus más remotos recuerdos, es decir los de su niñez y adolescencia, en el ámbito familiar. El director recordó a propósito a Borges, quien decía todo lo contrario, por ejemplo: Viviré de olvidarme (verso de su poema “Browning resuelve ser poeta”). Y es cierto, Borges se aparta de su vida para vivir la vida de Borges escritor, que es en las bibliotecas y librerías; no obstante ello, también citó algunos pasajes del cuento “El Otro”, en el que el autor argentino se refiere a algunos datos biográficos al imaginar, en una banca de un parque, un diálogo entre Borges joven y Borges viejo.

Explicó que Ramos practica con sus discípulos algo que nosotros también hacemos: el método de escuchar los textos en proceso de elaboración, por parte de sus autores, y hace énfasis en eso, aprender a escuchar. Un apunte más de Ramos es que él exige a sus discípulos leer su obra, para que lo conozcan a él cómo autor y no de otra manera. Luego intervienen los compañeros integrantes del Taller y recuerdan a otros autores de vida emocionante, como Jack London, quien dice que "de escribir depende mi vida"; otros citados fueron Edgar Allan Poe y Gabriel García Márquez. Silvera vuelve a recordar el escrito de Manuel Bandeira, titulado “El momento más inolvidable”, el cual, según un ejercicio propuesto en la sesión del sábado anterior, debemos tomar como modelo y hacer un relato a partir de nuestros más remotos recuerdos. Finalmente, nuestro director nos leyó un texto más de este estilo, de Julio Ramón Ribeyro.

Leídos y comentados estos textos pasamos a las lecturas de trabajos realizados por los integrantes del Taller. En la sesión del sábado anterior, se había sugerido tomar como referente la letra de la canción “Antes de que den las diez” de Joan Manuel Serrat, y escribir un cuento. La única que presentó el trabajo fue Gloria. Ella narró un cuento de desenlace pasional, referido a una joven universitaria que sostiene una relación con un hombre comprometido a espaldas de su familia. El otro que leyó un cuento fue Raúl. Tituló su relato “Transmutación”. Cuenta el drama que vive un joven aspirante a cadete, quien por orden de su padre debe hacerse cortar su cabellera para presentarse a la escuela naval. Todo ocurre en una peluquería musicalizada, en la que el peluquero casi que motila bailando al joven que no quiere perder su cultivada cabellera. Ambos relatos de nuestros compañeros motivaron diferentes opiniones, comentarios y sugerencias positivas.

Finalmente, el director crea una atmósfera de expectativa y dice que un su reciente visita a la Feria del Libro de Bogotá se enteró de quien es el ganador del Concurso Nacional de Literatura Infantil de Comfamiliar Atlántico. Para satisfacción y orgullo del profesor y de los demás integrantes del taller, el ganador del primer lugar fue un compañero nuestro, Alberto Cortés de los Reyes, quien se encontraba presente y fue aplaudido y felicitado por su logro.

Más de la Feria: Silvera abre su maletín, mete una mano (creo que la derecha), agarra lo que es y nos mira cómo si nos contara y vuelve a mirar lo que ha agarrado.

-Aquí les traje este detalle- dice, y saca una primorosa pilita de libros.

A mí me tocó De la dificultad para atrapar una mosca, del escritor cartagenero Rómulo Bustos. Dicha pilita de libros hace parte de la colección Un Libro por Centavo, editado por la Extensión Cultural de la Universidad Externado de Colombia. Todos nos fuimos contentos. Natalia, Daniel, Matilde, Patricia, Silvera, Juan, Raúl... y el más feliz y cortés de todos: Alberto.