Sesión del sábado 5 de abril de 2014
Por:
Patricia Lemus Guzmán
Tú,
Patricia, que antes eras más puntual que novio feo, este año has tomado la
jodida costumbre de llegar tarde al taller. El sábado pasado cuando llegaste,
la sesión iba avanzada, pues ya Andreis había leído cuatro minicuentos y
escuchaba los comentarios acerca de estos. Dicen por ahí que lo bueno, si
breve, dos veces bueno (¡Ojo! no siempre…), sin embargo aunque parece fácil
escribir algo corto, el reto para el escritor es aún mayor, porque resulta
condenadamente complicado decir en pocas palabras algo original y contundente,
que deje noqueado al lector al punto de exclamar: “Guaaaooo este cuento es la
v….” (ay, Patricia, si vas a empezar con la mojigatería de escribir las groserías
incompletas, esta bitácora no va a salir nada bien). Y aunque para muchos tal
vez Andreis no haya logrado el nocáut, nadie va a negar que el muchacho dio la
pelea.
A
continuación Carlos leyó un fragmento de “La deuda de don Enrique Cruz” un
cuento de corte fantástico acerca de un viajero que llega a un pueblo en busca
de un libro misterioso. Algunos comentaron que el comienzo recordaba en algo a
Pedro Páramo, pero la recomendación general fue que los diálogos eran muy
lentos y algunos hasta innecesarios. Se le sugirió revisarlos o acudir al
diálogo indirecto para darle mayor agilidad a la historia.
Y después
de estas dos tranquilas lecturas, llegó Junot Díaz con Alma. ¡Ay, Alma, Alma, con
su culo monumental, que haría parecer una tabla a la mismísima Yayita, llegó a calentar
los ánimos de los asistentes al taller. ¿Son literarias las groserías? Por
supuesto, nadie lo duda, o sino pregúntenle a Gabo. Sin embargo, ¿cuándo se
puede decir que se abusa de ellas? ¿Son en ocasiones un gancho para atraer
público y vender, como dice Sebastián? Escribir cuatro veces la palabra culo en
un mismo párrafo ¿es amarillismo como dice Adolfo? O ¿tiene algo de poesía este
cuento como afirma el profesor Silvera? ¿Yunior amaba realmente a Alma como
dice Isabel? ¿O era puro y físico encoñamiento como dice María Margarita? Que polvareda
la que levantó Alma, todos querían opinar y creo que fue aquí cuando Andreis
—un poco lastimado quizá de su pelea inicial— dijo la frase muchas veces
escuchada en el Taller Literario José Félix Fuenmayor (reconócelo Patricia, tú
también la has dicho más de una vez): “Si este cuento no lo hubiese escrito
Junot Díaz, ganador del premio Pulitzer, sino yo, todos ustedes me habrían
caído a palos” Uhmm… es probable, pero aquí interviniste tú para hablar del
estilo, diciendo que Junot Díaz tiene varias similitudes con el personaje del
cuento, es un dominicano, que vive en los Estados Unidos, le gustan los libros,
escribe novelas, lo que te lleva a pensar que hay algo del autor en Yunior y
que de alguna manera, Junot (¡vaya que le has cogido confiancita!) ha
encontrado una voz propia para narrar la vida de los inmigrantes dominicanos.
El profesor Silvera agregó que el autor ha querido transgredir las reglas del
lenguaje, salirse del formato común y lo ha logrado, porque no cualquier lagaña
e’mico dicta escritura creativa en el Instituto de Tecnología de Massachussets.
Luego vino
otra discusión, ¿qué importa más el fondo o la forma? Depende: si hablamos de
Alma, la negra tumbacatre, seguro que a todos los caballeros les interesa más
la forma, qué importa que no sepa de política o que pinte bien o mal; pero si
hablamos de Alma, como texto literario, la cosa es a otro precio. Domingo
señaló que en este cuento la forma es más importante que el fondo y luego
intervino Sebastián, duro y directo como siempre, diciendo que si a este texto
se le quitaba la forma, lo que quedaba era la simple historia de la infidelidad
de un hombre, contada ya sopotocientas veces, mejor dicho que si Sebastián
hubiese tenido a Junot Díaz en frente le habría dicho en jerga dominicana, más
o menos así: “Mamagüebo, domo arrepentío, quítale las vulgaridades a este
cuento y te queda chiquitico, que lo que te queda no es na”. ¡Pobre Junot!,
menos mal que a los ganadores del premio Pulitzer les sabe a mierda lo que
opinemos una decena de vagos asistentes a un taller literario tercermundista,
que no le da ni por las patas al del MIT.
(—¿Te das
cuenta Patricia que no has respetado la narración en segunda persona? Vas de un
narrador a otro, ¿qué disparate es este?
—¿Sabes
qué? Ya me mamé de tu vocecita entre paréntesis, cállate ya, que yo tengo mi
voz y escribo como quiera, después de todo es mi bitácora y la puedo hacer como
me de mi puta gana).
Y al final,
surgió un reto para todos nosotros: Escribir la misma historia sin groserías,
conservando el erotismo. A ver, partida de criticones, demuestren de lo que son
capaces, describan a Alma sin mencionar la palabra culo (¿qué tal derriere? sugiere Adolfo en broma),
vamos a ver hasta donde les llega la poesía. Y para los más medidos, el
profesor Silvera sugirió otra tarea: Escribir un soneto, el tema: libre. ¿Cuál
de las dos tareas será más difícil? No lo sé, pero el punto es que una vez más
queda demostrado que debemos enfrentarnos con las palabras, perderles el miedo,
desnudarlas, poseerlas, saber que
ninguna está prohibida; en resumen: perder la cobardía, ¿y esto cómo se logra?
Pues escribiendo… Así es como la pierdes.