Bitácora de la sesión del sábado 30 de mayo.
Por Domingo José Bolívar Peralta
Un día pleno de sol. Centros comerciales sonrientes.
Restaurantes con el corazón contento. La embriaguez de las tiendas, cantinas,
estaderos, bares, discotecas (al calor de las frías no hay diferencias).
Saludables parques y gimnasios. Burdeles donde se le saca provecho al polvo que
somos. Etcétera.
Quinto Horacio
Flaco (los cuatro anteriores menos flacos que él, poeta al fin y al cabo)
ha dicho (por encima de las sutilezas de las traducciones, la esencia): vita brevis.
En tanto que Garcilaso (imagen poética de una garza con su
pico tocando la mitad de su cuello: un lazo; pero este lazo es con ‘z’, y los
españoles la pronuncian. Más bien trata de una garcita con el cuello laso [y
ahí sí, hace el lazo]) de la Vega dice: ni
a contemplar tu belleza se detiene.
Visualiza entonces Pierre de Ronsard (algo pagado de sí
mismo, como todo gran poeta) un suspiro melancólico y marchito, sepultos ya sus
huesos. Y clama: ¡no esperes el mañana!
No hay carne que no se
pudra; sólo Natura estrena Primaveras, murmuró Rubén Darío («¿Hernández?» «¡Nooo!
Ése ya no es capaz de hacer un pique»), poeta de precoz otoño.
¡Ay! ¿Será que participo? Me da vergüenza. No estoy a la
altura. Al final, deshojé la margarita (Margarita no vino. Quizá se fue a comer
helado y luego a cantar en un karaoke. Aprovechar
el día, en vez de estar metida en un
cubo Rubik), y dijo: ¡sí, hazlo ahora, es el momento! Sólo dije
que es mejor estar borracho, o algo así. ¡Ellos son tan altos!
Antes de que se leyeran los últimos versos, Juan Carlos
Onetti vino y nos lanzó (siempre hay leña dispuesta a arder) un fósforo
encendido, en prosa: Las mellizas.
Un lenguaje nada exuberante, hasta coloquial. “La verdadera
Melliza”, quince años de miseria, flacura, con “cara pequeña e inocente”, y una
forma de ser que choca con el ambiente sórdido de la vida de la calle y con la
practicidad materialista de su hermana. Famélica prostituta que no cobra:
espera a que el cliente pague, si quiere. Vive
el momento. Cándida criatura, “carente de piedad”, que fue un motivo de sorpresa diaria, durante incontados
(esta palabra me la corrige Word y no está en el diccionario; pero se entiende
y me sirve) días, para un narrador que la recordará quince años después. No
cuento más el cuento: mejor es que lo lean.
No cuento más el cuento, pero sí debo contar el incendio. En
resumidas cuentas, dos posiciones hermenéuticas (esta palabrota le debe de
gustar a Andreis): una considera que el narrador se enamoró de la desgraciada agraciada
joven, y la otra considera que lo que lo atrajo a ella fue el extraño candor
(incompatible con el mundo alrededor de ella y su oficio) de la chica y se
involucró en su miseria por compasión y por su sorpresa diaria.
Si los poetas nos decían que había que aprovechar el
momento, tomar lo que la vida nos ofrece y sacarle el mayor provecho, sin
aplazamientos ni proyecciones futuras (aunque Ronsard sí fue al futuro, pero
justamente para decir esto: ¡ahora!),
este cuento nos muestra una versión más sombría de ese vivir la vida sin esperar más. La “Melliza segunda” cobra por sus
servicios, tiene un aspecto más saludable... La “Melliza verdadera” tiene
pesadillas por las noches y es despreocupada en el día. El narrador está fascinado
por ella, tan fascinado que al final desea... (¿había dicho que no iba a contar
más el cuento? Dispensen este pequeño desliz) Léelo. Ese final también nos puso
a discutir.
Esta divergencia de interpretaciones encendió los ánimos de
pugilato (exceptuando a Patricia, quien no está interesada en subir al
cuadrilátero, porque es cosa del Patri-arcado) y se presentaron algunos retos. ¿Rayza
Mar contra Mar Llarino?
Después de todo, la sugerencia del último poema fue tenida
en cuenta por algunos compañeros: salimos juntos a beber el licor dorado, porque mañana no se sabe.
1 comentarios:
Chévere el juego de palabras, me gustó lo de "restaurantes con el corazón contento".
Publicar un comentario