Por Ricardo Llinás
llinasiano@gmail.com
Por primera vez un colombiano gana el premio Herralde de novela. El privilegio fue para el joven escritor Antonio Ungar (quien es tutor de los talleres de Renata). En esta lista compartirá lugar con nombres de la talla de Javier Marías, Roberto Bolaño, Enrique Vila-matas y Juan Villoro.
El premio fue otorgado por el libro Tres Ataúdes Blancos. Una novela que cuenta la historia de un marginal tomador de cócteles al que se le encomienda la tarea de suplantar a un líder de izquierda que se perfila como el futuro presidente de Miranda, el trasunto de cualquier país de América Latina. Lorenzo, así se llama este hombre, se verá envuelto en una cantidad de problemas a raíz de semejante trabajo. El lector encontrará una trama policiaca, una historia de amor, pero sobre todo una novela política, una novela moral sobre las ridículas formas de gobierno de los países del cono sur.
La historia retoma la tradición de la novela de dictaduras en América Latina, pero esta vez a través de la representación cómica de los hechos. La novela juega con los planos de realidad, es un país de ficción, una representación, pero por eso mismo más efectiva.
Durante el desarrollo de la trama se muestran todos los recursos que el poder emplea para manejar la opinión de las personas, ordenarles —como lo hace Pozzo con su esclavo Lucky en Esperando a Godot de Beckett—, en qué momento deben moverse e incluso en qué momento deben pensar. Para lograr esto, el mayor recurso es la televisión. A través del personaje el lector verá los noticieros de Miranda, cómo se las arreglan estos para minimizar las atrocidades del tiranuelo, elevar su figura, distraer con noticias deportivas, celebrar los triunfos militares, y hasta cometer una que otra falta aritmética en la que el número de bajas de guerrilleros supera el número de guerrilleros existentes, esto sin que nadie se de cuenta, o lo sepa todo el mundo pero al fin de cuentas este error ontólogico no le parezca de importancia a nadie.
Después de lo que tuvimos que vivir en Colombia en los últimos ocho años uno no puede dejar de sentir que es un libro necesario, que le da voz a todos lo que no pueden ser escuchados, que menciona todas esas cosas que uno ha querido decir siempre.
La historia presenta una ventaja frente a las últimas que se han escrito en nuestro país sobre nuestra realidad, como El Olvido que Seremos y Los Ejércitos. Dicha ventaja no es otra que la de recurrir al humor, uno se reirá durante toda la lectura, y esta ironía hace que el mensaje llegue mejor. Al tratarse de una nación irreal, Miranda, el país en donde ocurren los hechos, termina siendo una ficción en la que uno no puede creer lo que está pasando, pero el desenlace de la novela nos muestra que este país imaginario representa cosas reales. En ese momento el lector entenderá la intención de la novela, mostrar que, aunque parezca mentira, así suceden las cosas por estos países. En esto cumple Ungar con el parámetro que dicta García Márquez de que la literatura debe hacer verosímil lo falso y hacer increible lo real.
La novela se lee de un tirón y —repito—, uno no para de reírse, pero al final, al cerrar el libro, cada risa nos cobrará una cuota de dolor y de tristeza que demoran en pasar.
4 comentarios:
Con esta reseña, ya me dieron ganas de leer el libro. Bien por Ricardo.
Me pasa igual que a Patricia. ¿Se conseguirá en la biblioteca?
No, No está. Pero lo pediré. En las librerías se consigue. Aunque es de Anagrama, es barato, porque lo sacaron en una versión económica, en un papel que no es el acostumbrado en esta editorial.
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