Por Mayra Mola Bandera
Cristian Valencia llegó a la ocho en punto ni un minuto más ni uno menos; pero la romería alcanzó su cenit dos horas después. Primero, llegaron los que dieron tres saltos mortales para asistir; luego, desinformados, quienes no sabían dónde era el acontecimiento; después, los que no podían con el guayabo; más tarde, los que tenían el reloj atrasado y en contra de los cuales el universo conspira; sin contar con los asistentes, apellido Miranda, que todo lo apuntan y nunca muestran nada propio. Hasta que la mesa ya no pudo más, y hubo que auxiliarla con otras dos.
El cuadro me recordaba a la última cena, y realmente lo era, pues pasaríamos quince días de hambre.
Entonces, con un poco más de público, aquel hombre aún desconocido para algunos, se presentó. Dijo que no era de allá si no de acá, que estaba feliz de volver, que el Taller era lo máximo, que el nivel era muy alto, en fin. Todo lo que la república independiente de Renata sabe. Uno que otro asistente se sintió intimidado ante semejante declaración, otros no se sorprendieron tanto. Así que la mañana se llenó de cyber semblanzas, gatitos en apuros, autobuses salvajes, personajes con nombres de telenovela mexicana, suegras inmamables, poesías bien garrapateadas, cortas conversaciones telefónicas, pero por sobre todo de fútbol. Y no podían faltar las fotos para la prensa internacional.
En el intermedio, Cristian se retiró a meditar, a fumar, a aguantar calor y a comer, ¡y de qué forma!
Después del almuerzo, ya era muy tarde para impresionarlo más, ya el diagnóstico estaba listo: “el manejo del dialogo”. De manera discreta y muy general, nos recomendó altas dosis de Truman Capote; fotocopia en mano, nos dimos cuenta de lo que significa el realismo en un diálogo.
Personalmente, siento que al usarlo en mis textos escribo un cuasi dramatizado, para un acto cívico de la escuelita de doña Rita y que mis personajes son interpretados por un montón de mocosos tímidos y olvidadizos. Pero con todo ese ruido en el restaurante donde los personajes de Capote departían, ya la cosa cambia. Así que los rusos nos heredaron, y desde hace mucho, las tres líneas de acción para darle realismo a los diálogos y solo hasta el sábado ocho de agosto del dos mil nueve me enteré.
Estoy segura de que a mis compañeros les quedó tan claro como a mí que nadie es infalible y aunque llevemos tres mil años asistiendo a este magnifico taller literario, no podemos decir que nuestra obra es perfecta y que somos la maravilla en patineta a la hora de escribir. Recordemos que esto es uno por ciento de inspiración y noventa y nueve por ciento de sudor.
Luego de esta valiosa vitamina, Médico a Domicilio prosiguió con los casos de la tarde.
Tal vez fue la mazamorra de maíz verde pero no pude entender ni decir nada. Había gente que salía del agua y se perdía en el paraíso. Y con tanta llamada ya no podía oír a los perros ladrar. En todo caso, Cristian seguía recetando a cada quien lo que le correspondía:
• Una inyección de Música para camaleones.
• Un baño con la espuma de los días.
• El antihistamínico de “Frank Sinatra está resfriado”.
• Y, en los casos más graves, ataúdes hechos a mano.
Cuando pasó un poco mi indigestión, pude captar la belleza europea de Ulla Jensen, el sorprendente thriller psicológico del portón, lo sub real de Sami entre otras cosas. De golpe, el cielo se nubló y después de un señor aguacero, el arroyo de Katia de la cruz, se los llevó a todos.
Durante el siguiente sábado, mientras trataba infructuosamente de rellenar el vacío que quedó en mi horario, imaginaba al profesor Antonino metido en la nevera, escuchando a esos cachaquitos hablar calmadamente y concluí que debió extrañarnos mucho.
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