Por
Marilin Balmaceda
Como
cada sábado, el 29 de Julio, los asistentes del taller, nos encontramos puntualmente en la Intendencia Fluvial. Algunos habían llegado más temprano que otros, pero todos al fin y
al cabo con la intención de conocer y escuchar al escritor que nuestro director,
Antonio Silvera, había invitado para compartir con nosotros. Pese al clima,
supuse que no vendría mucha gente. Pero, a pesar de que soy nueva en el taller,
en ninguna sesión de las que había estado antes vi tanta gente como ese día.
¡Vaya que si motivan las visitas de escritores!
La
sesión inició antes de lo esperado, aunque dimos algunos minutos por si llegaba más
gente. Al comenzar, el profe Antonio nos hizo la presentación oficial de José
Zuleta. Para algunos como yo, era totalmente desconocida su obra, pero fue una
grata sorpresa descubrir que era hijo del mismísimo Estanislao Zuleta. ¡Sí,
hijo del filósofo Estanislao! Y ahí mismo nos enteramos de que aquel hombre que
nos visitaba también era tallerista y que ese día nos presentaría un poco de su
última obra.
José
se veía algo serio y bastante pensativo, pero tomó la frialdad que supongo debe
tener cada que se enfrenta a un publico y repartió entre nosotros algunas
fotocopias. Después tomó asiento y empezó a hablarnos como escritor. Yo estaba
sentaba en las primeras sillas, casi que frente a él y prestaba mucha
atención a cada palabra que decía.
Nos comentó
acerca de lo difícil que es escribir. Señaló, como primera medida, algo
que me pareció interesante, al subrayar que al momento de ponerse a escribir
una historia lo más complicado es la creación de los personajes. Darle vida y
color a unos sujetos que en algunos casos no tienen nada que ver con la vida real,
se torna en el trabajo más complicado para un escritor. Y pensé entonces que sí
era complicado para alguien que ya había publicado varios libros de cuentos,
¿cómo sería para nosotros que estamos aprendiendo a escribir? Pero aquel
cuestionamiento no logró desmotivarme, por el contrario, me obligó a sacar mi
libreta de apuntes para anotar esas sugerencias.
El
discurso que nos ofrecía se hizo más ameno cuando puntualizó que si el trabajo
del escritor era contar y crear, el del lector radicaba en imaginar lo que escribía el
escritor.
Nos
recomendó que debíamos empezar a leer como escritores, pues ese era uno de los
mejores ejercicios para escribir, eso, junto a algo que el mismo llamó
“ejercicio de la vida cotidiana”, que consiste en observar cada cosa que está a
nuestro alrededor, por muy insignificante que sea. Pues, a partir
de ahí será mucho más fácil construir personajes creíbles. Otro aspecto al que aludió
fue que no solo había que mirar por mirar, sino que había que aprender a mirar
con libertad, aprender a mirar más allá de los prejuicios, otra de las tareas más
importantes para un escritor.
Fue
una tarde llena de lecturas. Pero para nuestra sorpresa, José nos leyó inicialmente algo de
su última obra, titulada precisamente Retratos,
con lo que trató de ejemplificar aquello que nos había expresado acerca de
la construcción de personajes. El primer retrato que nos leyó fue el de un
poeta cubano que estuvo en un festival de poesía en Cali, allí narró los hechos
que acontecieron en torno al personaje durante dicho evento. La narración se
mostró bastante interesante e incluso apasionante, y para mí, que siempre acabo
infravalorando o sobrevalorando lo que leo, fue muy brillante. José, sin
pensarlo, había logrado descrestarme con solo unas páginas de su última obra. Al
terminar ese retrato, hubo dos intervenciones seguidas de un señor de canas que
no se si era asistente del taller, pero se encontraba entre los presentes. Aquél
señor le preguntaba a José acerca de la veracidad de los hechos que había
narrado y también manifestó las dos conclusiones que había sacado de la lectura.
José
explicó entonces que había algo de ficción en aquel retrato y que había tenido
que unir varios personajes para encerrarlos en uno solo. Después de eso,
prosiguió a leer otro retrato. En este caso el personaje era su padre. Durante
la lectura se mostró un poco más melancólico y mi juicio lector, siempre tan exigente, no logró
conmoverse esta vez. Como decía Borges, “la poesía debe sentirse” y en este caso
no había sentido nada, todo había sido inverso al retrato anterior.
Al
terminar la lectura, el señor de canas volvió a intervenir, pero esta vez no
para criticar sino para mostrar su admiración hacia el papá de José Zuleta.
Este tomó los comentarios de manera más bien fría, quizás para no mostrarte frágil
frente a todos los presentes.
De
esta manera, José Zuleta nos explicó cómo hacer un retrato, nos aclaró que siempre había
que tener en cuenta los rasgos físicos y psicológicos del personaje que
queríamos retratar, pero que también era importante saber cómo veían otros al
personaje, pues la construcción del mismo era resultado de la suma de todo lo
anterior.
Luego,
leímos las copias que nos había entregado al comienzo ("La cena" de Clarice Lispector y las primeras páginas de "Un día perfecto para el pez plátano" de Salinger) y socializamos algunos aspectos relacionados
con el tema. Había olvidado decirnos que la verosimilitud era muy importante al
momento de contar algo, y que más que contarlo todo, había que dejarle el
trabajo al lector de inferir algunas cosas, como .ocurre en el texto de Lispector
Por
un momento me sentí aislada del lugar y solo me limitaba a mirar y a escuchar
en silencio cómo aquel señor de canas, que era el único que se atrevía a
intervenir, le hacía muchas preguntas a José. Había cerrado mi libreta de
apuntes, pues creí que ya no había mucho o nada más por escribir. Hasta que para finalizar la sesión, el expositor terminó diciendo una frase que resumió todo su
discurso: “Un texto no lo hace el que lo lee, sino el que lo escribe”. Así
terminó la visita y así termino mi retrato de nuestro ya no desconocido José Zuleta.